Príncipes desterrados de un ciclo interminable. Cruel mundo del que brotan almas nuevas. La nostalgia de presencias y las ganas de futuro. Preocuparse de lo justo en su justa medida. Vivir con la inmadurez de un niño que se divierte simplemente siendo. Construir los caminos del mañana guiándose con la magia de la existencia.

Green vuelve al tono de sus inicios para contarnos un discurso que jamás abandonó. Juega con la atemporalidad del entorno. Expone la inmensidad del ser y coloca a sus personajes en claustrofóbica introspección. Es un relato de miedos y huidas. De inevitables conflictos humanos. De incomprensión y perspectivas. De magnificencias subjetivas ante la vida.

No es la primera vez que un trabajo de David Gordon Green es precioso audiovisualmente hablando, pero hay más belleza aun en sus mensajes.