Powder es una de aquellas joyas de la década de los 90 totalmente infravalorada y boicoteada gracias sobre todo a la vida personal de su director. Víctor Salva fue condenado por abusar de un actor de 12 años, y el público no entendió que Disney produjera esta película a sabiendas de la carrera delictiva del director. También el actor que había sufrido los abusos se encargó de destruir la película animando al espectador que ni se asomara a verla.

Si uno se aparta de todo este lío (no os alarméis que Polanski actuó igual de mal y los puristas le adoran), Powder es una mezcla entre ciencia ficción y película de superación, bien filmada y con un guión potente que nos permite interacturar con el albino Powder en cada proeza o truco que asombra a quienes le rodean.
Obviamente, esta pila eléctrica personificada despierta odio y admiración a partes iguales, lo que nos encontramos ante una cinta con cierto toque pasteloide y de lágrima fácil ante la injusticia de un poblado intolerante. Un dramón familiar en toda regla en el que es fácil quedarte enganchado.

Powder es una buena película con frases para recordar como que “si usáramos el cien por cien de nuestro cerebro, no nos haría falta cuerpo, ya que seríamos sólo energía” dando prueba de que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Y eso es lo que es Powder, energía pura. Y esta afirmación explicaría su extraño final.

Recomiendo con fuerza ver la escena del ciervo que permite ver más allá del cine y preguntarse el porqué vivimos en un país de trogloditas donde se paga entrada por ver matar a un animal. He dicho. Un saludo.