Después de haber visto las dos anteriores entregas de la saga mis expectativas para esta tercera parte eran bastante catastróficas. REC fue increíble, con su originalidad, su destreza a la hora de contar una historia que hemos oído una y mil veces (zombies y epidemias) y aún así cautivarnos; pero REC 2 lo hechó todo a perder. Esa tensión, la intriga y la empatía con los personajes que transmitía REC, se diluían en su secuela, que se limitaba a eso: ser una secuela sin aportar nada nuevo, solo extender el guión y la trama de una forma confusa. Salí del cine con tanta decepción, que al ver que anunciaban la tercera parte pensé que solo quedaba opción a empeorarlo todo aún más.

La búsqueda de respuestas y curiosidad por saber que delirio había llevado a sus creadores a alargar la saga me llevaron sin mucho sentido a la sala de cine. Y tras setenta y pico minutos de film, abandone mi butaca con una sonrisa: me había gustado lo que acababa de ver.

No es una película para enmarcar, pero tampoco para tirar por los suelos y tacharla de basura con la vehemencia que muchos hacen. REC 3 desde el principio impacta con recursos originales. No hay manera más real de representar una boda. Es patético, torpe y cómico a la vez en una espiral de nerviosismo (tal cual son realmente las bodas). Después, como se esperaba, llegan los zombies, con una historia de amor de dos recién casados que se buscan desesperadamente entre las vísceras y la sangre de sus parientes infectados.

La película no resuelve ninguna incógnita argumental de la saga y se desenvuelve en el caos, pero con la armonía de conseguir que no sobre nada. El humor, el suspense, y el gore se dan la mano en esta película romántica que aunque no lleve a su director a la estantería de las obras maestras, le ayudará a arreglar los trapos rotos en la segunda parte.