El piloto automático no funciona, y para muestra esta boba secuela. Anodinos personajes sueltan frases absurdas cuyo efecto es comparable a un puñado de somníferos. Está claro que todo ese montón de gente intrascendente está ahí metida para hacer minutos, el desastre aéreo no da para gran cosa y dado que pensar una historia decente requiere trabajo, se inclina por meter relleno con las ridículas anécdotas de los pasajeros que a nadie le importan, para luego dar paso a soluciones inverosímiles al desastre planteado.

La trama es un total disparate, lo que a mí tampoco me importa mucho, pues el cine de catástrofes siempre ha sido el patio de recreo de guionistas fumados. El problema es que no resulta especialmente espectacular, no crea tensión y tampoco tiene un ritmo constante. Ni hablar de la burrada de tópicos que surcan el aire.

Las interpretaciones dejan mucho que desear viendo el gran reparto con el que cuenta. Karen Black y Charlton Heston tienen un mayor protagonismo que el resto y se limitan a poner cara de circunstancias. George Kennedy y Linda Blair hacen bulto, como casi todos. Gloria Swanson, la estrella del cine mudo, aparece interpretándose a sí misma.

Pese a todo lo malo, y a riesgo de contradecirme, es una película que podría llegar a recomendar, pues el tiempo la ha convertido en un ridículo entretenido. Tan exagerada, tan absurda, tan desfasada, tan imperfecta en todos los sentidos, que resulta hilarante. Una comedia totalmente involuntaria, carne de parodia. Su fracaso es, en cierto modo, su triunfo.