Øvredal dirigió hace cinco años un interesante precintado sobre el cultivo del terror que cautivó (y llamó la atención de otros tantos) a los buenos aficionados del género con La autopsia de Jane Doe. Un asentado recorrido por el alcantarillado interino de su sencilla y acogedora puesta en escena que brindó una primera parte de película bien constituida y apilada.

Brian Cox y Emile Hirsch consiguen abarcar el ancho de pantalla a medida que el progreso de examinación del cadáver destila inquietud de forma casi preocuante en el punto culmen de varias secuencias.
El inconveniente recae, en que pasado su ecuador, el filme que nos narran sus protagonistas, afloja en un innecesario alarde con sustos y giros dramáticos que logran hacer perecer una propuesta de la que, dando una opinión personal, en referencia a ciertos momentos resolutivos, se muestra sin saber cuándo y cómo terminar. El muro principal de suspense funciona mejor en sus primeros tres cuartos de hora, después, la convencionalidad juega un mayor papel.

Ese es mi mayor negativo. Pero dejando una impresión general y recomendatoria, diré que la atmósfera que fabrica André sigue atrayendo tu atención y puede apreciarse un tratado focal notable en sus puntos duros de metraje.

Sigue pareciéndome una buena cinta.