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Voto de Verdebotella:
8
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8
7,0
23.130
Romance. Drama
Nueva York, años 50. Therese Belivet (Rooney Mara), una joven dependienta de una tienda de Manhattan que sueña con una vida mejor, conoce un día a Carol Aird (Cate Blanchett), una mujer elegante y sofisticada que se encuentra atrapada en un matrimonio infeliz. Entre ellas surge una atracción inmediata, cada vez más intensa y profunda, que cambiará sus vidas para siempre. (FILMAFFINITY)
17 de marzo de 2016
17 de marzo de 2016
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ver Carol es como penetrar en esos cuadros de Edward Hopper donde la soledad es parte del paisaje, donde vemos deambular a sus personajes por el lienzo aunque realmente nunca se muevan; cuando buscamos sus miradas perdidas aunque parezcan no tener ojos. La vida pasa pero ellos quedan suspendidos, atrapados, en el espacio-tiempo.
Obviamente, Carol es más que todo esto. Es una historia de amor universal sin importar la orientación sexual de sus protagonistas mas que en precisar, por supuesto, la presión que un contexto histórico determinado y una masa social, bajo una ética y unos conceptos moralmente conservadores, puede ejercer sobre unas personas por su identidad u orientación. En este caso, el amor entre dos personas del mismo género en la norteamérica de los años cincuenta.
Empieza como una historia de amor que suena familiar pero lejana. Carol, una mujer que pertenece a la alta burguesía, entra en una juguetería de centro comercial a buscar un regalo para Rindy, su hija. Therese, una joven vendedora de barrio, trabaja tras el mostrador ese día. Carol está atrapada en un matrimonio infeliz, condenado desde sus inicios, Therese aún busca su lugar en el mundo. Sus miradas se cruzan entre el gentío e inmediatamente se produce una fuerte atracción. Es Navidad en Nueva York, una época que se presta a estos encuentros fortuitos.Tanto Blanchett como Mara realizan unas actuaciones sobresalientes que logran hacernos cómplices con tan solo una mirada.
Haynes, director, y Nagy, guionista, conforman con elegancia y sutilidad en cada plano y en cada silencio, porque no todo son diálogos para un guionista, el amor escondido pero latente en el corazón de estas dos mujeres. Adaptan de manera sobresaliente una novela "autobiográfica" de Patricia Highsmith. La película presenta este amor como una válvula de escape para sus dos protagonistas “atrapadas” en una rutina no deseada. Abocadas al estar por estar. Vivir por vivir. El amor como redescubrimiento personal, el amor como motor y cambio, el amor como revelación y motivación. La magnífica y milimetrada puesta en escena de Haynes, siempre justificada y solo comparable este año con los trabajos de S. Spielberg o G. Miller, logra cristalizar, sin apenas diálogo en muchas de sus escenas, el proceso de enamoramiento de Carol y Therese.
La estética de Carol no solo recuerda a un cuadro de Hopper sino al trabajo fotográfico de Saul Leiter¹, por su enfoque determinista, por sus encuadres a veces imposible, a veces encantadores. Pero Haynes también bebe del mejor Wong Kar Wai en su dirección: en la economización de planos en preferencia al diálogo, en el juego de luces y colores (gran trabajo Edward Lachmanen en la fotografía), en la cuidada selección de encuadres casi preciosistas, creando un estilo nada impostado que no solo funciona como sello autoral sino como canal al espectador, como herramienta narrativa que fluye sin desquebrajarse. Casi un milagro, insisto, siempre al borde del precipicio. Su final, es un claro ejemplo de ello.
En definitiva, Carol es una postal encontrada en el fondo del cajón, una postal de colores cálidos, de azules, rojos y verdes, de lágrimas secas, de orgullo y de esperanza. Una postal deteriorada en los bordes por las arrugas del tiempo, por el esfuerzo, por los silencios, por las decisiones.
Obviamente, Carol es más que todo esto. Es una historia de amor universal sin importar la orientación sexual de sus protagonistas mas que en precisar, por supuesto, la presión que un contexto histórico determinado y una masa social, bajo una ética y unos conceptos moralmente conservadores, puede ejercer sobre unas personas por su identidad u orientación. En este caso, el amor entre dos personas del mismo género en la norteamérica de los años cincuenta.
Empieza como una historia de amor que suena familiar pero lejana. Carol, una mujer que pertenece a la alta burguesía, entra en una juguetería de centro comercial a buscar un regalo para Rindy, su hija. Therese, una joven vendedora de barrio, trabaja tras el mostrador ese día. Carol está atrapada en un matrimonio infeliz, condenado desde sus inicios, Therese aún busca su lugar en el mundo. Sus miradas se cruzan entre el gentío e inmediatamente se produce una fuerte atracción. Es Navidad en Nueva York, una época que se presta a estos encuentros fortuitos.Tanto Blanchett como Mara realizan unas actuaciones sobresalientes que logran hacernos cómplices con tan solo una mirada.
Haynes, director, y Nagy, guionista, conforman con elegancia y sutilidad en cada plano y en cada silencio, porque no todo son diálogos para un guionista, el amor escondido pero latente en el corazón de estas dos mujeres. Adaptan de manera sobresaliente una novela "autobiográfica" de Patricia Highsmith. La película presenta este amor como una válvula de escape para sus dos protagonistas “atrapadas” en una rutina no deseada. Abocadas al estar por estar. Vivir por vivir. El amor como redescubrimiento personal, el amor como motor y cambio, el amor como revelación y motivación. La magnífica y milimetrada puesta en escena de Haynes, siempre justificada y solo comparable este año con los trabajos de S. Spielberg o G. Miller, logra cristalizar, sin apenas diálogo en muchas de sus escenas, el proceso de enamoramiento de Carol y Therese.
La estética de Carol no solo recuerda a un cuadro de Hopper sino al trabajo fotográfico de Saul Leiter¹, por su enfoque determinista, por sus encuadres a veces imposible, a veces encantadores. Pero Haynes también bebe del mejor Wong Kar Wai en su dirección: en la economización de planos en preferencia al diálogo, en el juego de luces y colores (gran trabajo Edward Lachmanen en la fotografía), en la cuidada selección de encuadres casi preciosistas, creando un estilo nada impostado que no solo funciona como sello autoral sino como canal al espectador, como herramienta narrativa que fluye sin desquebrajarse. Casi un milagro, insisto, siempre al borde del precipicio. Su final, es un claro ejemplo de ello.
En definitiva, Carol es una postal encontrada en el fondo del cajón, una postal de colores cálidos, de azules, rojos y verdes, de lágrimas secas, de orgullo y de esperanza. Una postal deteriorada en los bordes por las arrugas del tiempo, por el esfuerzo, por los silencios, por las decisiones.