Esta versión de la novela de Gaston Leroux es sorprendente, y ligeramente decepcionante: el Fantasma, interpretado por Claude Rains, es arrinconado a un papel secundario, y el foco principal es puesto sobre las habilidades operísticas de Susanna Foster y Nelson Eddy, de tal modo que lo que a priori podía ser, o debía ser, un relato gótico-romántico, se convierte en un musical decimonónico con un intermitente -e impertinente- toque de comedia y unas gotas, no menos intermitentes, de suspense y drama. La Universal parece olvidar el terror que le dio esplendor y fama en años anteriores, y se apunta a un musical de época bien hecho, lleno de aciertos estéticos -en los movimientos de cámara y en la dirección artística (con un lago subterráneo muy poco aprovechado, todo hay que decirlo)-, aunque un poco hortera en una fotografía en color kalmusianamente pastelera, acorde con el evidente almibaramiento de la historia. Pese a todo, Arthur Lubin es un cineasta a reivindicar.