"El tren" es una película que nace en medio de la obsesión del cine de la década de los años 60 por la Segunda Guerra Mundial, y, pese a ser por tanto un film a la moda, sobresale por la calidad de su fotografía en blanco y negro, y por la intensidad del dilema moral que plantea la trama: ¿vale la pena sacrificar tantas vidas humanas por ganar, más que para el Tercer Reich, para el egoísmo de un coronel nazi (Paul Scofield), o para el orgullo nacional de Francia, la valiosísima colección de pintura moderna del Museo del Jeu de Paume de París? Seguramente no, pero en una guerra sale lo peor del ser humano, y la tarea de rescatar esa colección de las garras de un ladrón de altos vuelos se convierte poco a poco en una fábrica de héroes.

Esto nos lleva al personaje de Burt Lancaster, Paul Labiche, que pasa de ser un burócrata a ser un incansable héroe de acción, una transformación no tan sorprendente si el guión nos lo pinta desde el principio como un miembro de la Resistencia que trabaja como un burócrata del servicio ferroviario francés en los días previos a la liberación de París, en agosto de 1944. Lancaster demuestra estar aquí en muy buena forma física, y su enérgica actuación, en combinación con el guión, contribuye mucho a que el interés no decaiga en ningún momento.

El director y el actor protagonista se unen a un reparto europeo que destaca por su competente interpretación -si bien el personaje de Jeanne Moreau resulta algo desagradable-, creándose así una curiosa alianza artística entre el cine de Hollywood y el europeo, en lógica remembranza de las alianzas de la guerra mencionada. Frankenheimer tendría más oportunidades en el futuro para afrancesarse más, ésta sólo fue la primera de ellas.