Terror a tiempo real rodeado de cruda realidad. Un asalto que sobrepasa la elegancia y las buenas maneras para dejar las cosas claras. No cumples, un golpe. Gritas, un golpe. Respiras, estás muerto.

Una familia y una nueva casa. Movimiento de cajas y muebles, ayuda para conseguir que todo tenga un aspecto afable y acogedor. Discusiones familiares, sábanas limpias, el comienzo de una vida y... una ventana se rompe, la tranquilidad se quiebra, ya no hay seguridad ni aliento en lo que queda de película. Unos hombres vestidos de negro entran con ideas claras. El dinero mueve el mundo a cualquier nivel.

Los nervios se crispan a ambos lados de la situación. La tensión va creciendo entre la rutina de los seguros ladrones y la incertidumbre de los secuestrados. Estos nervios se trasladan al otro lado de la pantalla, para mantener en vilo a todo aquel que se adentre en este dulce hogar durante esta dura experiencia. Aquí todo el mundo sufre sin contemplaciones porque una vez se deja escapar la adrenalina, la fuerza supera cualquier temor y se desata la locura. Poco a poco, la historia se desmorona hasta permitir que cada uno de los protagonistas tome conciencia de sus instintos básicos y actúe... con sorpresas totalmente creíbles y bien llevadas a cabo.

El shock consigue que cada personaje saque su parte de animal para sobrevivir por encima de las circunstancias establecidas y es entonces cuando no se quiere perder de vista a esa cámara que continúa con templanza los pasos de los derrotados y vencedores, que son todos, para seguir a cada instante lo que sucede incluso cuando la situación se bifurca en dos escenarios completamente distintos, jugando con la idea de una familia que actúa consecuentemente pese a la distancia establecida por momentos.

La respuesta: todo aquel que se sienta atacado tiene un límite y aquí todos se sobrepasan en algún momento.