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9

Voto de Sibila de Delfos:
9
6,3
8.165
Drama
Biopic de Lady Di que cuenta la historia de un fin de semana crucial a principios de los años 90, cuando la princesa Diana -de nombre Diana Frances Spencer- decidió que su matrimonio con el príncipe Carlos no estaba funcionando, y que necesitaba desviarse de un camino que la había puesto en primera fila para algún día ser reina... El drama tiene lugar durante tres días, en una de sus últimas vacaciones de Navidad en la Casa de Windsor ... [+]
20 de noviembre de 2021
20 de noviembre de 2021
3 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Corren malos tiempos para la familia real británica.
Al fallecimiento del Duque de Edimburgo y las escandalosas revelaciones en Oprah del Príncipe Harry y la Duquesa Meghan, se suma la imagen no demasiado buena que se da de ellos en la magistral serie The Crown, especialmente en lo que respecta al trato a la protagonista de Spencer, la cinta que hoy nos ocupa. Por contra, el recuerdo de Diana de Gales, 24 años después de su muerte, sigue más vivo que nunca, y continúa siendo una influencia innegable y una persona adorada por millones de personas y una figura mítica que, especialmente en los últimos tiempos, ha inspirado multitud de proyectos artísticos. Benditos los ingleses, que permiten una ficción libre. En buena hora íbamos a ver en España una película como esta sobre nuestra familia real o una serie como The Crown.
En Spencer nos encontramos una fábula, como se nos avisa al principio, de lo que pudieron ser aquellos días de diciembre de 1991 en los que Diana, princesa de Gales, tomó la decisión de separarse de su marido y comenzar a tomar las riendas de su propia vida. Una vida, como vemos en la película, en la que todo estaba medido al milímetro, donde se le decía qué vestido tenía que ponerse en cada ocasión y donde cada movimiento estaba vigilado porque, básicamente, no se fiaban de ella por la creciente tensión en su matrimonio con el Príncipe Carlos debido a su affaire con su hoy esposa, Camilla Parker-Bowles. Partiendo de esta base, el chileno Pablo Larraín compone un poema, porque eso es lo que es Spencer: un poema de belleza absoluta, arrebatadora, apabullante. Belleza visual, porque Larraín cuida el plano hasta el extremo, recreándose en los ojos y movimientos de su protagonista, y regalando secuencias que son de un lirismo excepcional, como por ejemplo es la de sus recuerdos en la casa familiar. Una poesía y un lirismo que acompaña y acrecienta maravillosamente la excepcional banda sonora de Jonny Greenwood, que a ratos parece rendir homenaje al maestro Philip Glass (sobre todo en su magistral música para Las Horas) y a ratos contribuye a aumentar la tensión hasta cotas casi insoportables emocionalmente para el espectador, como también ocurría en la reciente La Favorita de Yorgos Lanthimos, con la que Spencer guarda más de un paralelismo, aunque es bastante más comercial y amable que aquella.
El retrato que la película hace de Diana de Gales es, además, siempre respetuoso, pero sin renunciar a mostrar las sombras. De hecho, la Diana que vemos en la película es una mujer ya al límite de sus fuerzas, víctima de alucinaciones, estrés y ansiedad aguda, a quien sólo sus hijos salvan de caer en un profundo y negro abismo de desesperación y depresión, pero que sigue adelante con fuerza y determinación por mantener su individualidad y por ser la mejor madre para sus retoños. Además, entre tanta tragedia, Larraín también hace hueco al humor, en escenas tan divertidas como aquella en la que Diana trata de regalar su collar de perlas a una joven criada, la respuesta que da a su nueva vestidora para que la deje sola en la habitación o el maravilloso momento que comparte con sus hijos en plena noche del 24 de diciembre (una escena profundamente emotiva y excepcional).
Algo en lo que patina Larraín, sin embargo, es en el ritmo, que sufre pequeños bajones especialmente en su segundo acto, y en el retrato de la familia real, y especialmente del Príncipe Carlos, a quien sólo faltan unos cuernos de demonio para ser más malvado. Hay una descripción maniquea del heredero del trono, mucho menos inteligente y respetuosa de la que se hace de él en la mencionada The Crown, y es una pena, porque por ejemplo el personaje de Timothy Spall sí está más desarrollado y tiene más profundidad. Tampoco aporta mucho la revelación del personaje de Sally Hawkins, la verdad, y dicho giro argumental suena más a convención por la época que vivimos.
Sin embargo, si por algo va a ser recordada la película es por la excepcional interpretación de Kristen Stewart en la piel de Diana. La protagonista de Personal shopper hace la mejor actuación de una carrera maravillosa, sí, en la que ya había hecho interpretaciones memorables como en la mencionada Personal shopper, Viaje a Sils Maria, JT LeRoy o American ultra, pero aquí calla definitivamente todas las bocas que seguían echando veneno sobre ella por haber osado ser la protagonista de la saga Crepúsculo y de Blancanieves con un auténtico recital. Stewart, bellísima, doliente y con un impecable acento inglés (cuesta recordar que nació en Los Angeles), ríe, llora, sufre, ama y traga bilis con una elegancia y una expresividad memorables, sin imitar en ningún momento ni a la Diana real ni a la que ha hecho maravillosamente Emma Corrin en The Crown. Esta es su Diana, la Diana de una actriz en el mejor momento de su carrera, y es absolutamente memorable. Los premios del año tienen que ser para ella.
La mejor película en lo que va de año, sin duda alguna. Imprescindible.
Lo mejor: La excepcional belleza de la realización de Pablo Larraín, la música maravillosa de Jonny Greenwood, el respeto con que se ha tratado la figura de Diana de Gales y la excepcional interpretación de Kristen Stewart.
Lo peor: El retrato unidimensional del Príncipe Carlos y algunos pequeños baches de ritmo.
Al fallecimiento del Duque de Edimburgo y las escandalosas revelaciones en Oprah del Príncipe Harry y la Duquesa Meghan, se suma la imagen no demasiado buena que se da de ellos en la magistral serie The Crown, especialmente en lo que respecta al trato a la protagonista de Spencer, la cinta que hoy nos ocupa. Por contra, el recuerdo de Diana de Gales, 24 años después de su muerte, sigue más vivo que nunca, y continúa siendo una influencia innegable y una persona adorada por millones de personas y una figura mítica que, especialmente en los últimos tiempos, ha inspirado multitud de proyectos artísticos. Benditos los ingleses, que permiten una ficción libre. En buena hora íbamos a ver en España una película como esta sobre nuestra familia real o una serie como The Crown.
En Spencer nos encontramos una fábula, como se nos avisa al principio, de lo que pudieron ser aquellos días de diciembre de 1991 en los que Diana, princesa de Gales, tomó la decisión de separarse de su marido y comenzar a tomar las riendas de su propia vida. Una vida, como vemos en la película, en la que todo estaba medido al milímetro, donde se le decía qué vestido tenía que ponerse en cada ocasión y donde cada movimiento estaba vigilado porque, básicamente, no se fiaban de ella por la creciente tensión en su matrimonio con el Príncipe Carlos debido a su affaire con su hoy esposa, Camilla Parker-Bowles. Partiendo de esta base, el chileno Pablo Larraín compone un poema, porque eso es lo que es Spencer: un poema de belleza absoluta, arrebatadora, apabullante. Belleza visual, porque Larraín cuida el plano hasta el extremo, recreándose en los ojos y movimientos de su protagonista, y regalando secuencias que son de un lirismo excepcional, como por ejemplo es la de sus recuerdos en la casa familiar. Una poesía y un lirismo que acompaña y acrecienta maravillosamente la excepcional banda sonora de Jonny Greenwood, que a ratos parece rendir homenaje al maestro Philip Glass (sobre todo en su magistral música para Las Horas) y a ratos contribuye a aumentar la tensión hasta cotas casi insoportables emocionalmente para el espectador, como también ocurría en la reciente La Favorita de Yorgos Lanthimos, con la que Spencer guarda más de un paralelismo, aunque es bastante más comercial y amable que aquella.
El retrato que la película hace de Diana de Gales es, además, siempre respetuoso, pero sin renunciar a mostrar las sombras. De hecho, la Diana que vemos en la película es una mujer ya al límite de sus fuerzas, víctima de alucinaciones, estrés y ansiedad aguda, a quien sólo sus hijos salvan de caer en un profundo y negro abismo de desesperación y depresión, pero que sigue adelante con fuerza y determinación por mantener su individualidad y por ser la mejor madre para sus retoños. Además, entre tanta tragedia, Larraín también hace hueco al humor, en escenas tan divertidas como aquella en la que Diana trata de regalar su collar de perlas a una joven criada, la respuesta que da a su nueva vestidora para que la deje sola en la habitación o el maravilloso momento que comparte con sus hijos en plena noche del 24 de diciembre (una escena profundamente emotiva y excepcional).
Algo en lo que patina Larraín, sin embargo, es en el ritmo, que sufre pequeños bajones especialmente en su segundo acto, y en el retrato de la familia real, y especialmente del Príncipe Carlos, a quien sólo faltan unos cuernos de demonio para ser más malvado. Hay una descripción maniquea del heredero del trono, mucho menos inteligente y respetuosa de la que se hace de él en la mencionada The Crown, y es una pena, porque por ejemplo el personaje de Timothy Spall sí está más desarrollado y tiene más profundidad. Tampoco aporta mucho la revelación del personaje de Sally Hawkins, la verdad, y dicho giro argumental suena más a convención por la época que vivimos.
Sin embargo, si por algo va a ser recordada la película es por la excepcional interpretación de Kristen Stewart en la piel de Diana. La protagonista de Personal shopper hace la mejor actuación de una carrera maravillosa, sí, en la que ya había hecho interpretaciones memorables como en la mencionada Personal shopper, Viaje a Sils Maria, JT LeRoy o American ultra, pero aquí calla definitivamente todas las bocas que seguían echando veneno sobre ella por haber osado ser la protagonista de la saga Crepúsculo y de Blancanieves con un auténtico recital. Stewart, bellísima, doliente y con un impecable acento inglés (cuesta recordar que nació en Los Angeles), ríe, llora, sufre, ama y traga bilis con una elegancia y una expresividad memorables, sin imitar en ningún momento ni a la Diana real ni a la que ha hecho maravillosamente Emma Corrin en The Crown. Esta es su Diana, la Diana de una actriz en el mejor momento de su carrera, y es absolutamente memorable. Los premios del año tienen que ser para ella.
La mejor película en lo que va de año, sin duda alguna. Imprescindible.
Lo mejor: La excepcional belleza de la realización de Pablo Larraín, la música maravillosa de Jonny Greenwood, el respeto con que se ha tratado la figura de Diana de Gales y la excepcional interpretación de Kristen Stewart.
Lo peor: El retrato unidimensional del Príncipe Carlos y algunos pequeños baches de ritmo.