Simon Curtis logra en Mi semana con Marilyn una carta de amor al cine, al proceso de creación de una película (en este caso, El Príncipe y la corista) y sobre todo a la figura inolvidable y mágica de Marilyn Monroe, la estrella más deslumbrante y arrebatadora que ha dado el cine mundial. Aquí quien le pone carne, piel y alma a la diva es la extraordinaria Michelle Williams, que realiza un ejercicio de sensibilidad y homenaje, que no imitación, simplemente memorable. Eddie Redmayne se complementa a la perfección con ella y clava la adoración y entusiasmo de Colin Clark por Marilyn, que al fin y al cabo era el de todos. Sin embargo, otros personajes como la Lucy de Emma Watson o incluso la Vivien Leigh a quien da vida Julia Ormond quedan algo descolgados, como si no supiéramos si importan o no, y las presencias de Judi Dench o Jim Carter son meros cameos sin mucha importancia. Kenneth Branagh está en su línea de los últimos años, es decir, mucho más comedido y matizado que antaño, lo cual es un regalo.
Como homenaje al Hollywood más clásico, ese que parece que ya no existe, la película es excelente. Como película, está bien hecha y tiene actores soberbios, pero deja la sensación de que tampoco ha servido para mucho, y el guión no es tampoco una obra maestra del diálogo y la narración. No obstante, toda excusa es buena para volver a rendirnos a los pies de Marilyn, con faldas, sin faldas y a lo loco. No somos perfectos.

Lo mejor: Michelle Williams, Eddie Redmayne y el diseño de producción y vestuario, excelente.
Lo peor: No tiene demasiado argumento y hay personajes desdibujados (como el de Emma Watson)