Es posible que El Piano no sea tan excelente película como se dijo en su día, pero desde luego es extraordinaria a muchos niveles.
Encontramos en el guión de Jane Campion una historia de amor de las que dejan huella, y además original y transgresora, por la audacia de las escenas de sexo y por tener el piano de por medio. No es un elemento más. El instrumento se convierte en otro personaje, casi tan importante como la propia Ada, pues es su medio de expresión ante el mundo. La música se convierte por tanto en uno de los elementos principales de toda la producción, toda ella encuadrada por una fotografía de pocos colores, acorde con la historia, y la poética realización de Campion, casi un poema, que desprende una sensibilidad y un cuidado del plano exquisitos.
Y qué decir de la belleza de la interpretación de Holly Hunter, elocuente y expresiva sin necesidad de decir (casi) ni una palabra, o de un Harvey Keitel que pocas veces ha estado más adorable y encantador, aunque al principio su personaje parezca una persona muy distinta y mucho más ruin.
En definitiva, una hermosa y a la vez dura película de amor y música en Nueva Zelanda, tierra casi siempre olvidada por el cine e inmortalizada aquí como escenario de un amor arrebatador, bello y mudo como la protagonista.

Lo mejor: La música, la sensibilidad de la propuesta y el dúo que forman Holly Hunter y Harvey Keitel.
Lo peor: Hay películas mejores por ahí, dentro y fuera del género romántico, y el Oscar de Anna Paquin se antoja del todo excesivo (lo cual no quiere decir que Paquin no esté bien).