Jonathan Demme, probando un estilo de cámara al hombro que da a la película un aspecto muy logrado de vídeo casero (como los que se graban en las bodas, vaya, y de eso se trataba), consigue con La boda de Rachel un poderoso aunque irregular drama de intensos conflictos familiares, secretos, tragedias pasadas y reproches de esos que tanto gustan a la Academia de Hollywood.
El ritmo de la propuesta es bastante irregular y sin duda podría haber sido más corta, pero no se puede negar que es una película que hace magia con unos buenos diálogos y actores. Momentos como el de la boda del título o cada uno de los enfrentamientos entre las hermanas son ejemplos de excelente escritura por parte de Jenny Lumet, quien logra insuflar nueva vida a un tema tremendamente manido en el cine como es el de los conflictos familiares. Por supuesto, parte del mérito es de una soberbia Rosemary DeWitt, natural como la vida misma, y por supuesto de una sobrenatural Anne Hathaway. La oscarizada actriz de Los Miserables da una lección de emotividad y expresividad en la piel de la adicta Kym, valiéndose de esos ojos tan especiales que tiene para hacer del personaje y sus demonios algo cercano a todos los espectadores (atención a su monólogo en la terapia de rehabilitación o a cuando pregunta a su madre por qué la dejó a cargo de su hermano pequeño). Hathaway ha acabado por convertirse en una de las mejores actrices del mundo. Quién lo hubiera dicho en los tiempos de Princesa por sorpresa.
Muy merecedora de un visionado, sobre todo por sus excelentes actrices y su fuerza emocional.

Lo mejor: Anne Hathaway, Rosemarie DeWitt y todas las escenas de enfrentamiento entre ellas.
Lo peor: El ritmo es irregular y le sobran minutos.