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Voto de alexterol:
4
Drama Léo Lauzon es un niño que vive en un humilde barrio de Montreal, atrapado en una sórdida existencia. Cada noche intenta evadirse por medio de los recuerdos, los sueños y su desbordante imaginación, pero la cruda realidad familiar interrumpe siempre sus fantasías: tiene un padre obsesionado por la salud intestinal de toda la familia, un hermano culturista que vive preso del miedo, dos hermanas que padecen trastornos mentales, un abuelo a ... [+]
1 de enero de 2019
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
En estos tiempos modernos e innegablemente aciagos, donde la creencia por lo que nos rodea se sitúa y coquetea con lo cercano y el ahora, el exceso es todo lo que ruboriza al individuo de a pie y no quedan pues senderos de fe ni panaceas sagradas a las que una conciencia aun no derrotada pueda aferrarse. Una percepción robotizada, insaciable y en celo, pero que no ve más allá del exceso —y solo mediante este— es lo que queda. Ya no es tanto, que no vea más allá, el allá es lo que nos lleva a la suma, al exceso sumado al exceso. Sería pues, más correcto decir, que no vemos más acá, en la complejidad de un interior que hemos olvidado, y de esta forma, el apodado nihilismo rebota por toda la coyuntura cinematográfica. Lauzon construye así, y con dudosas intenciones, una historia de seres humillados y con tintes de parodia burlesca donde lo noble y puro queda sepultado bajo un manto de suciedad emocional, donde la profundidad narrativa y la savia nueva quedan manchadas por una relación de sumas y excesos. Es pues, que Lauzon se propone una única meta y golpea al espectador con el “todo vale” para llegar a ella. Se abre ante nosotros una senda unidireccional en la que se suman elementos de impacto y en la que el ávido espectador podrá dilucidar la patente pobreza de recursos ya en las primeras instancias, cuando la cámara hace ahínco en un gran cerdo y por el cual, cuando la mirada queda fijada en éste, un brusco corte nos lleva a la imagen de la madre (Ginette Reno), gruesa y ancha también —y para más inri, único personaje exento de maldad—; de esta forma se impregna nuestra mirada con esta cruel analogía, ejemplo e inicio del ciclo de sumas en las que la mente queda embotada con la molesta insistencia por el gusto a la humillación y a la bajeza humana; vejaciones por terceros, la recreación onanista y el asesinato bajo la mirada jocosa son algunos de los procesos, con cierta aura pseudo-poética, con los que pretende instruirnos el director canadiense en su doctorado sobre la vida y la desvalida infancia.

No hay que olvidar, jamás, las palabras que nos dejó Rivette respecto a la mirada del director y su honestidad a la hora de mostrarnos los hechos, palabras que heredó Daney más tarde y con las cuales aprendimos que un director es un padre que nos coge de la mano y nos muestra su sabiduría, pero nunca nos impone, simplemente nos invita a la reflexión. Qué clase de reflexión podemos realizar, cuando toda solución se inscribe en la sucesión de iguales adornados de diferente forma, pero sin olvidar —por desgracia— la —¿tal vez inconsciente?— pornografía emocional que tanto molesta a algunos de nosotros.
alexterol
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