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Intriga. Terror
Kevin Lomax (Keanu Reeves) es un joven y brillante abogado que nunca ha perdido un caso. Vive en Florida y es feliz junto a su esposa Mary Ann (Charlize Theron). Un día, recibe la visita de un abogado de Nueva York que representa a un poderoso bufete que tiene la intención de contratarlo. Al frente de la prestigiosa empresa se encuentra John Milton (Al Pacino), un hombre mundano, brillante y carismático, que alberga planes muy oscuros ... [+]
28 de noviembre de 2009
6 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hace un tiempo, no recuerdo si mucho o poco, le escuché decir en una entrevista a Javier Bardem que él, como buen español contemporáneo, no creía en Dios. No me sorprendió, si les soy sincero, viniendo de quien venía y de donde venía. Pero lo que me llamó la atención verdaderamente fue lo siguiente que dijo: el señor Bardem no creía en Dios, pero si en Al Pacino. No sé si a ustedes les hubiera ocurrido lo mismo, pero a mí esto me dio que pensar, y mucho; y por una razón, ya que no le entendí.
Desde entonces he venido dándole vueltas a la susodicha frase, divagando en los lugares más insospechados que ustedes se puedan imaginar; hasta que, cuasi como una respuesta divina, me llegó lo que buscaba. Se me apareció –si, lo que oyen- Al Pacino.
Yo, como buen escéptico, me froté los ojos incrédulamente ante lo que veía.
-No, no, tranquilízate, sólo debe de ser una película, aquella que viste del abogado avaricioso –me dije.
Pero, por desgracia, era real; o todo lo real que una aparición así puede ser, ustedes me entienden. Y lo supe por una razón: él me hablo –así, a la cara- prometiéndome los mayores deseos que yo jamás había ni siquiera soñado. Me dijo que como buen aficionado a la crítica cinematográfica yo debía ser un pretendiente a cineasta fracasado, uno más de tantos que corren por este país.
-Te estás equivocando –me dijo, con un tono realmente rimbombante- tu tienes la oportunidad de alcanzar lo que anhelas; sólo tienes que seguirme. Cógeme de la mano.
Yo, como soy educado y sabiendo quien era, pues la cogí. Durante un tiempo –no recuerdo cuanto, ya que nunca llevo reloj- me condujo a través de una esfera del tiempo, por la que pude ver el futuro que me esperaba….Alto, un momento –pensé- ¿ese soy yo?- le pregunté a mi acompañante divino. Claro –me respondió, con gesto incrédulo- este es el paraíso, querido profano.
Bueno, puede que verdaderamente fuera un profano en temas paradisíacos, pero el caso es que me chocaba mucho verme con esas greñas, con esos pelos, con esa mujer raquítica cogida de mi brazo, saliendo de una pseudo limusina y caminando sobre una alfombra verde. No sé, me resultaba todo esto extrañamente familiar. El problema es que, al ser cineasta fracasado como bien dijo el señor Pacino, jarto de vino me encontraba en aquellos instantes y un poco alegre también, no os lo voy a negar.
Continua en spoiler, sin destripes.
Desde entonces he venido dándole vueltas a la susodicha frase, divagando en los lugares más insospechados que ustedes se puedan imaginar; hasta que, cuasi como una respuesta divina, me llegó lo que buscaba. Se me apareció –si, lo que oyen- Al Pacino.
Yo, como buen escéptico, me froté los ojos incrédulamente ante lo que veía.
-No, no, tranquilízate, sólo debe de ser una película, aquella que viste del abogado avaricioso –me dije.
Pero, por desgracia, era real; o todo lo real que una aparición así puede ser, ustedes me entienden. Y lo supe por una razón: él me hablo –así, a la cara- prometiéndome los mayores deseos que yo jamás había ni siquiera soñado. Me dijo que como buen aficionado a la crítica cinematográfica yo debía ser un pretendiente a cineasta fracasado, uno más de tantos que corren por este país.
-Te estás equivocando –me dijo, con un tono realmente rimbombante- tu tienes la oportunidad de alcanzar lo que anhelas; sólo tienes que seguirme. Cógeme de la mano.
Yo, como soy educado y sabiendo quien era, pues la cogí. Durante un tiempo –no recuerdo cuanto, ya que nunca llevo reloj- me condujo a través de una esfera del tiempo, por la que pude ver el futuro que me esperaba….Alto, un momento –pensé- ¿ese soy yo?- le pregunté a mi acompañante divino. Claro –me respondió, con gesto incrédulo- este es el paraíso, querido profano.
Bueno, puede que verdaderamente fuera un profano en temas paradisíacos, pero el caso es que me chocaba mucho verme con esas greñas, con esos pelos, con esa mujer raquítica cogida de mi brazo, saliendo de una pseudo limusina y caminando sobre una alfombra verde. No sé, me resultaba todo esto extrañamente familiar. El problema es que, al ser cineasta fracasado como bien dijo el señor Pacino, jarto de vino me encontraba en aquellos instantes y un poco alegre también, no os lo voy a negar.
Continua en spoiler, sin destripes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El caso es que continué la travesía cogido de la mano del dios Pacino vislumbrado mi futuro anhelado –según me repetía el susodicho constantemente. Pero, cual gato encerrado, acabamos de improvisto en un pequeño recinto de dimensiones desconocidas, tenuemente iluminado por dos velas sobre una mesa que orlaban lo que me pareció un libro. Nos acercamos solemnemente a él, hasta que pude ver claramente –lo que me dejaba el vino- su portada: en ella había dibujada una ceja muy pronunciada y ligeramente arqueada por un lado.
-Coño, el Libro de los Muertos –dije, pensando en los egipcios, ante lo cual el dios Pacino me abofeteo pomposamente, murmurando nuevamente aquello de mi condición profana. Éste –dijo, acto seguido- es el sacro libro, la sacra enseñanza, que te hará conquistar tus sueños, hijo mío.
Sus últimas palabras me hicieron, no sé porqué, sobrecogerme de un escalofrío. Fue en ese instante cuando fui recuperando paulatinamente la cordura, hasta que pude ver claramente –o resacósamente, quien sabe- la situación.
-Coño, esto es un manual de Educación para la Ciudadanía, ¿pero qué demonios pasa aquí?- Acto seguido, y tras escuchar una forzadísima y estruendosa carcajada de Pacino, me acerqué a él lo suficiente como para darme cuenta de que en realidad era alguien que llevaba puesta una careta del actor.
-Joder –grité del susto- pero si es Bardem, tú lo que quieres es que haga la pelota para las subvenciones, pero no ha colado.
Y me fui.
En ése instante entendí, finalmente, lo que quiso decir el escarizado actor español. No obstante, se había equivocado en algo: él no creía en el dios Al Pacino, sino en el demonio Al Pacino. Que se le va a hacer, ya que -como diría Billy Wilder- nadie es perfecto.
-Coño, el Libro de los Muertos –dije, pensando en los egipcios, ante lo cual el dios Pacino me abofeteo pomposamente, murmurando nuevamente aquello de mi condición profana. Éste –dijo, acto seguido- es el sacro libro, la sacra enseñanza, que te hará conquistar tus sueños, hijo mío.
Sus últimas palabras me hicieron, no sé porqué, sobrecogerme de un escalofrío. Fue en ese instante cuando fui recuperando paulatinamente la cordura, hasta que pude ver claramente –o resacósamente, quien sabe- la situación.
-Coño, esto es un manual de Educación para la Ciudadanía, ¿pero qué demonios pasa aquí?- Acto seguido, y tras escuchar una forzadísima y estruendosa carcajada de Pacino, me acerqué a él lo suficiente como para darme cuenta de que en realidad era alguien que llevaba puesta una careta del actor.
-Joder –grité del susto- pero si es Bardem, tú lo que quieres es que haga la pelota para las subvenciones, pero no ha colado.
Y me fui.
En ése instante entendí, finalmente, lo que quiso decir el escarizado actor español. No obstante, se había equivocado en algo: él no creía en el dios Al Pacino, sino en el demonio Al Pacino. Que se le va a hacer, ya que -como diría Billy Wilder- nadie es perfecto.