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Voto de Chris Jiménez:
10
8,3
176.438
Thriller. Intriga
El veterano teniente Somerset (Morgan Freeman), del departamento de homicidios, está a punto de jubilarse y ser reemplazado por el ambicioso e impulsivo detective David Mills (Brad Pitt). Ambos tendrán que colaborar en la resolución de una serie de asesinatos cometidos por un psicópata que toma como base la relación de los siete pecados capitales: gula, pereza, soberbia, avaricia, envidia, lujuria e ira. Los cuerpos de las víctimas, ... [+]
3 de octubre de 2017
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No deja de llover, parece noche cerrada. En esa ciudad sin nombre cuyos ciudadanos se ahogan con los vapores tóxicos que emanan de su propia respiración y cuyos cadáveres se apilan en las esquinas sin ser recordados.
En un lugar así, donde el gris se extiende hasta el infinito, es necesaria una acción contundente para limpiarlo de las almas impías que lo atestan. Y al parecer sólo un hombre puede hacerlo...
Para un amante del cine entendido en el tema (como es el caso de un servidor) podrían destacarse muchos títulos enmarcados dentro del suspense y policíaco durante los años '90, pero si realmente deslumbran algunos por encima de otros son los de esa pentalogía imprescindible para comprender la evolución del género en la década y la pretensión de sus artífices de jugar con sus claves hasta llevarlas a su máximo extremo (o a su opuesto): "El Silencio de los Corderos", "Sospechosos Habituales", la japonesa "Cure", la española "Tesis" y por supuesto "Seven", quizás su epítome absoluto.
Andrew Kevin Walker desarrolló su concepto a principios del decenio mientras vivía en una lúgubre New York que odiaba y que deseaba abandonar; muy influenciado por el gran autor William Somerset Maugham (de quien tomaría el nombre para un personaje que ya sabemos...) este borrador iría a parar a New Line Cinema y de ahí a las manos de un señor llamado David Fincher. Enamorado del cine desde pequeño e iniciado como asistente de efectos especiales con el mismísimo George Lucas, el nativo de Colorado pasaría de hacer anuncios y videoclips para importantes artistas a saltar a la gran pantalla con una película tan sumamente mediocre e innecesaria como la tercera entrega de "Alien".
Pero todo esto vino por las malas condiciones en que trabajó y la presión a la que fue sometido por los productores; por eso renegaba de cualquier guión hasta que la Providencia (y los de New Line) le mandó el de Walker, que había sufrido no pocas modificaciones desde su creación pero dejando algo clave: el impactante final. Ya el inicio, a lo largo de unos créditos inolvidables, nos muestra las capacidades de Fincher como maestro de las imágenes y la música; lo grotesco de éstas las hace adquirir un cariz pesadillesco que determinará el tono, la forma y el estilo del film.
Tanto más cuanto que estos créditos empiezan al acostarse Will Somerset y finalizan al despertarse David Mills: el primero un detective veterano y paciente a quien el peso de los años y el hastío de un trabajo que no comprende le han transformado en un apático misántropo; el segundo un joven nervioso y entusiasta que ha decidido trasladarse, junto a su esposa Tracy, a esa ciudad anónima donde transcurren los hechos para probar su talento como duro detective de homicidios. Pareja común del policíaco con la cual Walker trata el lado serio de la "buddy movie", acercándose a ellos a través de una detalladísima profundización emocional y psicológica como pocas veces se ha visto en el género.
Ambos operando y razonando como las caras opuestas de una misma moneda pero cuyos lazos se irán estrechando conforme las pesquisas avancen, llegando Somerset a actuar de padre protector para con Mills y sobre todo la frágil Tracy (jamás hemos visto una relación tan íntima y fuerte entre la mujer de un policía y el compañero de éste como la aquí presentada...), y ambos simbolizando los dos puntos de vista con respecto a la sociedad: Somerset encarnando el cinismo, la desafección, el deseo de huida y la curiosidad y el morbo como defensa a su hastío (ése es su incentivo para seguir en el caso).
Al otro lado Mills, el idealista, la fuerza bruta y mordaz con que detener a una Humanidad enferma que practica su propia depredación a ojos cerrados bajo la atenta mirada de una ley incompetente y acorralada por su estupidez. Junto a ellos nos aventuraremos a un viaje preparado con marcada sobriedad por la retorcida mente de Fincher, un viaje hacia lo que parecen ser las podridas entrañas de la sociedad, hacia sus catacumbas y pasadizos donde germina lo sórdido, lo siniestro y la invasiva presencia del Mal; un crimen aberrante revela su condición de ser el primero de siete basados en los pecados capitales...
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Y un tándem protagonista tan simplemente maravilloso como Morgan Freeman y Brad Pitt, sólidos y auténticos en cada una de sus secuencias, apoyados por los no menos memorables Gwyneth Paltrow, R. Lee Ermey y Michael MacKay. En pocos aspectos se equivoca este film que funciona como desencantada intrusión del horror; prefiere la curiosidad y el morbo en lugar de la lógica de la investigación, pero los desvíos de Walker son siempre inteligentes, nada caóticos.
Así empezó siendo el monumental éxito de taquilla en su momento para acabar en, como decía Fincher en boca de Doe, "objeto de análisis para siempre". Y es verdad. "Seven" asegura una experiencia demoledora y corrosiva cuyo fin último es enroscarse en el cerebro del espectador, ya totalmente entregado a su oscura magia; nunca las sombras del crimen resultaron tan amargamente placenteras. El "thriller" nunca sería igual...sólo habría imitación.
En un lugar así, donde el gris se extiende hasta el infinito, es necesaria una acción contundente para limpiarlo de las almas impías que lo atestan. Y al parecer sólo un hombre puede hacerlo...
Para un amante del cine entendido en el tema (como es el caso de un servidor) podrían destacarse muchos títulos enmarcados dentro del suspense y policíaco durante los años '90, pero si realmente deslumbran algunos por encima de otros son los de esa pentalogía imprescindible para comprender la evolución del género en la década y la pretensión de sus artífices de jugar con sus claves hasta llevarlas a su máximo extremo (o a su opuesto): "El Silencio de los Corderos", "Sospechosos Habituales", la japonesa "Cure", la española "Tesis" y por supuesto "Seven", quizás su epítome absoluto.
Andrew Kevin Walker desarrolló su concepto a principios del decenio mientras vivía en una lúgubre New York que odiaba y que deseaba abandonar; muy influenciado por el gran autor William Somerset Maugham (de quien tomaría el nombre para un personaje que ya sabemos...) este borrador iría a parar a New Line Cinema y de ahí a las manos de un señor llamado David Fincher. Enamorado del cine desde pequeño e iniciado como asistente de efectos especiales con el mismísimo George Lucas, el nativo de Colorado pasaría de hacer anuncios y videoclips para importantes artistas a saltar a la gran pantalla con una película tan sumamente mediocre e innecesaria como la tercera entrega de "Alien".
Pero todo esto vino por las malas condiciones en que trabajó y la presión a la que fue sometido por los productores; por eso renegaba de cualquier guión hasta que la Providencia (y los de New Line) le mandó el de Walker, que había sufrido no pocas modificaciones desde su creación pero dejando algo clave: el impactante final. Ya el inicio, a lo largo de unos créditos inolvidables, nos muestra las capacidades de Fincher como maestro de las imágenes y la música; lo grotesco de éstas las hace adquirir un cariz pesadillesco que determinará el tono, la forma y el estilo del film.
Tanto más cuanto que estos créditos empiezan al acostarse Will Somerset y finalizan al despertarse David Mills: el primero un detective veterano y paciente a quien el peso de los años y el hastío de un trabajo que no comprende le han transformado en un apático misántropo; el segundo un joven nervioso y entusiasta que ha decidido trasladarse, junto a su esposa Tracy, a esa ciudad anónima donde transcurren los hechos para probar su talento como duro detective de homicidios. Pareja común del policíaco con la cual Walker trata el lado serio de la "buddy movie", acercándose a ellos a través de una detalladísima profundización emocional y psicológica como pocas veces se ha visto en el género.
Ambos operando y razonando como las caras opuestas de una misma moneda pero cuyos lazos se irán estrechando conforme las pesquisas avancen, llegando Somerset a actuar de padre protector para con Mills y sobre todo la frágil Tracy (jamás hemos visto una relación tan íntima y fuerte entre la mujer de un policía y el compañero de éste como la aquí presentada...), y ambos simbolizando los dos puntos de vista con respecto a la sociedad: Somerset encarnando el cinismo, la desafección, el deseo de huida y la curiosidad y el morbo como defensa a su hastío (ése es su incentivo para seguir en el caso).
Al otro lado Mills, el idealista, la fuerza bruta y mordaz con que detener a una Humanidad enferma que practica su propia depredación a ojos cerrados bajo la atenta mirada de una ley incompetente y acorralada por su estupidez. Junto a ellos nos aventuraremos a un viaje preparado con marcada sobriedad por la retorcida mente de Fincher, un viaje hacia lo que parecen ser las podridas entrañas de la sociedad, hacia sus catacumbas y pasadizos donde germina lo sórdido, lo siniestro y la invasiva presencia del Mal; un crimen aberrante revela su condición de ser el primero de siete basados en los pecados capitales...
(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)
Y un tándem protagonista tan simplemente maravilloso como Morgan Freeman y Brad Pitt, sólidos y auténticos en cada una de sus secuencias, apoyados por los no menos memorables Gwyneth Paltrow, R. Lee Ermey y Michael MacKay. En pocos aspectos se equivoca este film que funciona como desencantada intrusión del horror; prefiere la curiosidad y el morbo en lugar de la lógica de la investigación, pero los desvíos de Walker son siempre inteligentes, nada caóticos.
Así empezó siendo el monumental éxito de taquilla en su momento para acabar en, como decía Fincher en boca de Doe, "objeto de análisis para siempre". Y es verdad. "Seven" asegura una experiencia demoledora y corrosiva cuyo fin último es enroscarse en el cerebro del espectador, ya totalmente entregado a su oscura magia; nunca las sombras del crimen resultaron tan amargamente placenteras. El "thriller" nunca sería igual...sólo habría imitación.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Por tanto a Walker (aunque no lo parezca) no le interesa tanto seguir las pautas de las conocidas y novelescas investigaciones criminales como el preguntarse por la naturaleza brutal de aquél que los comete, un asesino complejo y metódico, un "macguffin" al principio que alzará la trama (y con ello la forma del film) a niveles inenarrables de abstracción y casi de terror...
Pero palpable y auténtico como los protagonistas gracias al ingenio de Walker y Fincher, quienes permitirán su intromisión en la historia (de manera casual, muy natural) rompiendo en dos ocasiones la estructura narrativa clásica y proponiendo sus más sorprendentes alternativas.
John Doe, otro de los cadáveres que según Somerset quedan olvidados en la ciudad, un hombre sin nombre y sin identidad que aparece con el pétreo rostro de un soberbio Kevin Spacey aportando una dimensión mayor a su diabólico Keiser Soze de "Sospechosos Habituales", con quien comparte numerosos puntos en común (físicos y psicológicos) pese a su diferencia de intenciones (mientras el segundo ocultaba sus psicóticos actos tras una falsa identidad para luego desvanecerse como el humo el primero desea asfixiar los ya cancerosos pulmones del Mundo mostrándose tal como es).
La invención de este asesino por parte de Walker supone un claro desafío para el espectador y el propio género; no observamos a un débil esquizofrénico obsesionado con satisfacer sus pulsiones emocionales (el "Buffalo Bill" de "El Silencio de los Corderos"), ni a una bestia descontrolada que arrasa la especie humana sin preguntarse la verdadera razón (el Earl de "Kalifornia"). Tenemos en Doe a un justiciero divino cuyos atroces actos se hallan dominados por la única pretensión de purificar la Humanidad, esa que a ojos de Somerset se cae a pedazos a cada momento.
Durante su diálogo con éste y Mills en el coche (una de las secuencias más intensas y mejor interpretadas de la Historia) nos contagiamos con la ambigüedad de Doe; la maldad ha de ser combatida con maldad para erradicarla, y la culpabilidad sólo se atisba desde la perspectiva más puramente banal (dado que los asesinados pierden la condición de víctimas, o más bien nunca lo fueron, en el razonamiento de Doe). Vale la pena recordar ese momento en que se atreve a decir que "su obra será objeto de análisis, estudio y seguimiento para siempre" (¿está hablando él o lo hace Fincher en un juego metalingüístico que eriza el vello por su veracidad?).
Desde el momento en que el espectador empatiza con este criminal sin duda carismático y de talento creativo en su barbarie, la desesperanza y el nihilismo lo impregnan todo y la posibilidad de salvación es imposible (y más aún durante esa secuencia final, que por su calculada y bella ejecución ha pasado a las páginas de la Historia cinematográfica, donde el policía se transmuta en asesino y el asesino en mártir...). Pero es que es la desesperanza y el nihilismo lo que exhala la atmósfera de "Seven", tan viscosa, sucia y mugrienta; su belleza radica en cómo lo grotesco impacta en el inconsciente.
Y aquí destaca el magnífico trabajo técnico: la crudeza de las imágenes, de evidente inspiración "cronenbergiana" (no sólo lo prueba el que Howard Shore se encargue de la banda sonora) y heredando por el camino la literatura de Ed McBain y James Ellroy, se entremezcla con la estética de la novela gráfica de Frank Miller y una elegancia digna del mejor "noir" clásico. Con todo ello el resultado es hipnótico y desquiciadamente fascinante.
Darius Khondji aprovecha las particulares impresiones del color en la fotografía para dotar de una sensación abisal a los tonos negros y crear con ello una sinfonía de aspereza y agobio donde el rojo de la sangre y el gris de la lluvia se funden como en una tragedia mordaz. William Friedkin, Alan J. Pakula, Paul Schrader, Abel Ferrara, Otto Preminger e incluso Dario Argento se recuerdan en la distancia.
Pero palpable y auténtico como los protagonistas gracias al ingenio de Walker y Fincher, quienes permitirán su intromisión en la historia (de manera casual, muy natural) rompiendo en dos ocasiones la estructura narrativa clásica y proponiendo sus más sorprendentes alternativas.
John Doe, otro de los cadáveres que según Somerset quedan olvidados en la ciudad, un hombre sin nombre y sin identidad que aparece con el pétreo rostro de un soberbio Kevin Spacey aportando una dimensión mayor a su diabólico Keiser Soze de "Sospechosos Habituales", con quien comparte numerosos puntos en común (físicos y psicológicos) pese a su diferencia de intenciones (mientras el segundo ocultaba sus psicóticos actos tras una falsa identidad para luego desvanecerse como el humo el primero desea asfixiar los ya cancerosos pulmones del Mundo mostrándose tal como es).
La invención de este asesino por parte de Walker supone un claro desafío para el espectador y el propio género; no observamos a un débil esquizofrénico obsesionado con satisfacer sus pulsiones emocionales (el "Buffalo Bill" de "El Silencio de los Corderos"), ni a una bestia descontrolada que arrasa la especie humana sin preguntarse la verdadera razón (el Earl de "Kalifornia"). Tenemos en Doe a un justiciero divino cuyos atroces actos se hallan dominados por la única pretensión de purificar la Humanidad, esa que a ojos de Somerset se cae a pedazos a cada momento.
Durante su diálogo con éste y Mills en el coche (una de las secuencias más intensas y mejor interpretadas de la Historia) nos contagiamos con la ambigüedad de Doe; la maldad ha de ser combatida con maldad para erradicarla, y la culpabilidad sólo se atisba desde la perspectiva más puramente banal (dado que los asesinados pierden la condición de víctimas, o más bien nunca lo fueron, en el razonamiento de Doe). Vale la pena recordar ese momento en que se atreve a decir que "su obra será objeto de análisis, estudio y seguimiento para siempre" (¿está hablando él o lo hace Fincher en un juego metalingüístico que eriza el vello por su veracidad?).
Desde el momento en que el espectador empatiza con este criminal sin duda carismático y de talento creativo en su barbarie, la desesperanza y el nihilismo lo impregnan todo y la posibilidad de salvación es imposible (y más aún durante esa secuencia final, que por su calculada y bella ejecución ha pasado a las páginas de la Historia cinematográfica, donde el policía se transmuta en asesino y el asesino en mártir...). Pero es que es la desesperanza y el nihilismo lo que exhala la atmósfera de "Seven", tan viscosa, sucia y mugrienta; su belleza radica en cómo lo grotesco impacta en el inconsciente.
Y aquí destaca el magnífico trabajo técnico: la crudeza de las imágenes, de evidente inspiración "cronenbergiana" (no sólo lo prueba el que Howard Shore se encargue de la banda sonora) y heredando por el camino la literatura de Ed McBain y James Ellroy, se entremezcla con la estética de la novela gráfica de Frank Miller y una elegancia digna del mejor "noir" clásico. Con todo ello el resultado es hipnótico y desquiciadamente fascinante.
Darius Khondji aprovecha las particulares impresiones del color en la fotografía para dotar de una sensación abisal a los tonos negros y crear con ello una sinfonía de aspereza y agobio donde el rojo de la sangre y el gris de la lluvia se funden como en una tragedia mordaz. William Friedkin, Alan J. Pakula, Paul Schrader, Abel Ferrara, Otto Preminger e incluso Dario Argento se recuerdan en la distancia.