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Voto de Chris Jiménez:
7

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7
7,2
1.505
Drama
Albert, el propietario de un circo, abandona a su familia para entregarse a Anne, una orgullosa y apasionada amazona que mantiene relaciones esporádicas con un joven y neurótico actor. Pero el circo es un desastre y Albert y su compañera se ven obligados a mendigar para sobrevivir. (FILMAFFINITY)
20 de febrero de 2017
20 de febrero de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En sus memorias publicadas en 1.987 bajo el nombre de "Linterna Mágica", el cineasta sueco recordaba los espectáculos circenses que visitaba en su niñez junto a su tía Anna.
"Un león se asomó a un oscuro ventanuco, los payasos […] parecían enloquecidos, me dormí agotado por tantas emociones y una música maravillosa me despertó; vi a una joven sobre un enorme caballo blanco...".
Todo este mundo de alocados personajes, imponentes animales, música, caravanas y carpas provocaba al Ingmar Bergman niño una febril excitación, pero en "Noche de Circo" esta visión tan ensoñadora e inocente voltea hasta situarse en su absolutamente negativo reverso. Nos hallamos en la primera etapa del cine del maestro, una etapa no muy conocida ni solicitada para aquellos fans que descubrieron su gran talento con títulos superiores como "El Manantial de la Doncella", "Fresas Salvajes", "Persona", "Gritos y Susurros" o la memorable "El Séptimo Sello".
Sin embargo, en 1.953, ya había realizado "Un Verano con Monika", uno sus trabajos más recordados al tiempo que su primera (y mejor) colaboración con Harriet Andersson, quien para el sueco significó el triunfo de la espontaneidad carnal y de la sensualidad salvaje y escandalosa; con su siguiente film el director adoptaría un brusco cambio de registro que sorprendería a propios y extraños, además de unas deliberadas variaciones de estilo, género y época. Andersson se mantendría con el papel principal (llamándose Anne esta vez, igual que la tía de Bergman), aunque también ampliaría su versatilidad como actriz.
"Noche de Circo" se centra en las peregrinaciones y andanzas de una modesta compañía a comienzos del siglo XX llamada Circo Alberti, cuyo propietario, Albert Johansson, abandonó a su esposa y su hogar tiempo atrás por la vida deambulante, manteniendo ahora una relación no muy satisfecha con la joven Anne, quien trabaja en el espectáculo, y que se verá seducida por un engreído y cínico actor de teatro cuando la acompañía se detenga en el mismo pueblo donde reside la mujer de Albert. No hay lugar para la ilusión, la esperanza, el amor o la diversión en el seno de un grupo que trabaja para lograr precisamente esas sensaciones en los demás.
El alma positiva e infantil que debería mostrar del mundo circense sólo es mera fachada para engañar al espectador (el que observa la película y el que aparece en la propia película), pues se atisba rodeada de tinieblas, próxima a la destrucción; Bergman practica así la contraposición más absoluta pagando sus deudas con el expresionismo alemán y sus mentores Strindberg y Sjöström. El film es una reflexión a un tiempo grave y jovial del oficio del artista, una fábula sarcástica sobre los falsos pretextos del corazón y el espíritu, y más ampliamente una farsa trágica sobre la existencia como necesaria aceptación de la traición.
En "Noche de Circo", aparte de subrayar la distinción entre realidad y apariencia (Albert se viste apropiadamente para ir a ver a su mujer), de insistir en la humillación permanente (la de Anne al ser violada por Franz, la del payaso frente a las burlas de los soldados, la de los feriantes al ver a su público reírse de ellos, que no con ellos) y de plantear una ácida crítica contra el teatro (arte superior, al que el mismo Bergman pertenecía), encuentra su punto culminante en dos invenciones formales.
La primera atañe al lugar que ocupan los actores en el escenario (casi siempre un hombre y una mujer), la manera particularmente sutil con la que el director, mediante efectos especulares, de la mirada o de pura disposición espacial, afirma y cuestiona su relación; la frontalidad "bergmaniana", más que un avatar de su experiencia teatral, se revela aquí como lo que verdaderamente es: una imagen que aun en su presencia compartida sugiere la separación entre los seres. La segunda tiene que ver con la manera en que Bergman abre una brecha entre realidad y fantasmagoría, penetrando en la psique de sus desdichados personajes.
De este modo, una inolvidable secuencia representa, entre lo macabro y lo grotesco, al payaso Frost llevando en brazos y bajo un Sol de plomo a su esposa Alma, quien se bañaba desnuda ante una guarnición militar, momento en que el sueco articula un juego de distorsiones formales (saturaciones de luz, encuadres acrobáticos, montaje epatante) destinadas a expresar una realidad: la del calvario alucinante de los celos. Bergman decidirá no permitir una salida a sus personajes ("estamos presos en el mismo Infierno", dice Albert), atrapados como los animales en sus jaulas, sólo quedando en sus vidas el largo camino a seguir, el eterno peregrinaje.
Cautivadora y vulnerable, Harriet Andersson deslumbra en su papel, e igual de memorables resultan Anders Ek, Hasse Ekman y Gudrum Brost, pero Ake Grönberg consigue eclipsar a todos con una magnífica interpretación (y más aún en la siniestra escena del espejo, que pone los pelos de punta); en aspectos técnicos destacan la puesta en escena, sombría y desasosegante, y el gran trabajo de fotografía de Hilding Bladh y Sven Nykvist, en su primera colaboración con el cineasta.
Realmente interesante y demoledora por su desencantada visión de la vida y del ser humano, la película, tal vez de las mejores de la primera etapa de Bergman (aun no alcanzando el grado de obra maestra), resultó ser un fracaso, lo que hizo a éste inclinarse por una apuesta más liviana y humorística al año siguiente con "Una Lección de Amor".
El universo circense y las compañías de feriantes serían revisitadas con mayor acierto en posteriores títulos como "El Rostro" o "El Séptimo Sello".
"Un león se asomó a un oscuro ventanuco, los payasos […] parecían enloquecidos, me dormí agotado por tantas emociones y una música maravillosa me despertó; vi a una joven sobre un enorme caballo blanco...".
Todo este mundo de alocados personajes, imponentes animales, música, caravanas y carpas provocaba al Ingmar Bergman niño una febril excitación, pero en "Noche de Circo" esta visión tan ensoñadora e inocente voltea hasta situarse en su absolutamente negativo reverso. Nos hallamos en la primera etapa del cine del maestro, una etapa no muy conocida ni solicitada para aquellos fans que descubrieron su gran talento con títulos superiores como "El Manantial de la Doncella", "Fresas Salvajes", "Persona", "Gritos y Susurros" o la memorable "El Séptimo Sello".
Sin embargo, en 1.953, ya había realizado "Un Verano con Monika", uno sus trabajos más recordados al tiempo que su primera (y mejor) colaboración con Harriet Andersson, quien para el sueco significó el triunfo de la espontaneidad carnal y de la sensualidad salvaje y escandalosa; con su siguiente film el director adoptaría un brusco cambio de registro que sorprendería a propios y extraños, además de unas deliberadas variaciones de estilo, género y época. Andersson se mantendría con el papel principal (llamándose Anne esta vez, igual que la tía de Bergman), aunque también ampliaría su versatilidad como actriz.
"Noche de Circo" se centra en las peregrinaciones y andanzas de una modesta compañía a comienzos del siglo XX llamada Circo Alberti, cuyo propietario, Albert Johansson, abandonó a su esposa y su hogar tiempo atrás por la vida deambulante, manteniendo ahora una relación no muy satisfecha con la joven Anne, quien trabaja en el espectáculo, y que se verá seducida por un engreído y cínico actor de teatro cuando la acompañía se detenga en el mismo pueblo donde reside la mujer de Albert. No hay lugar para la ilusión, la esperanza, el amor o la diversión en el seno de un grupo que trabaja para lograr precisamente esas sensaciones en los demás.
El alma positiva e infantil que debería mostrar del mundo circense sólo es mera fachada para engañar al espectador (el que observa la película y el que aparece en la propia película), pues se atisba rodeada de tinieblas, próxima a la destrucción; Bergman practica así la contraposición más absoluta pagando sus deudas con el expresionismo alemán y sus mentores Strindberg y Sjöström. El film es una reflexión a un tiempo grave y jovial del oficio del artista, una fábula sarcástica sobre los falsos pretextos del corazón y el espíritu, y más ampliamente una farsa trágica sobre la existencia como necesaria aceptación de la traición.
En "Noche de Circo", aparte de subrayar la distinción entre realidad y apariencia (Albert se viste apropiadamente para ir a ver a su mujer), de insistir en la humillación permanente (la de Anne al ser violada por Franz, la del payaso frente a las burlas de los soldados, la de los feriantes al ver a su público reírse de ellos, que no con ellos) y de plantear una ácida crítica contra el teatro (arte superior, al que el mismo Bergman pertenecía), encuentra su punto culminante en dos invenciones formales.
La primera atañe al lugar que ocupan los actores en el escenario (casi siempre un hombre y una mujer), la manera particularmente sutil con la que el director, mediante efectos especulares, de la mirada o de pura disposición espacial, afirma y cuestiona su relación; la frontalidad "bergmaniana", más que un avatar de su experiencia teatral, se revela aquí como lo que verdaderamente es: una imagen que aun en su presencia compartida sugiere la separación entre los seres. La segunda tiene que ver con la manera en que Bergman abre una brecha entre realidad y fantasmagoría, penetrando en la psique de sus desdichados personajes.
De este modo, una inolvidable secuencia representa, entre lo macabro y lo grotesco, al payaso Frost llevando en brazos y bajo un Sol de plomo a su esposa Alma, quien se bañaba desnuda ante una guarnición militar, momento en que el sueco articula un juego de distorsiones formales (saturaciones de luz, encuadres acrobáticos, montaje epatante) destinadas a expresar una realidad: la del calvario alucinante de los celos. Bergman decidirá no permitir una salida a sus personajes ("estamos presos en el mismo Infierno", dice Albert), atrapados como los animales en sus jaulas, sólo quedando en sus vidas el largo camino a seguir, el eterno peregrinaje.
Cautivadora y vulnerable, Harriet Andersson deslumbra en su papel, e igual de memorables resultan Anders Ek, Hasse Ekman y Gudrum Brost, pero Ake Grönberg consigue eclipsar a todos con una magnífica interpretación (y más aún en la siniestra escena del espejo, que pone los pelos de punta); en aspectos técnicos destacan la puesta en escena, sombría y desasosegante, y el gran trabajo de fotografía de Hilding Bladh y Sven Nykvist, en su primera colaboración con el cineasta.
Realmente interesante y demoledora por su desencantada visión de la vida y del ser humano, la película, tal vez de las mejores de la primera etapa de Bergman (aun no alcanzando el grado de obra maestra), resultó ser un fracaso, lo que hizo a éste inclinarse por una apuesta más liviana y humorística al año siguiente con "Una Lección de Amor".
El universo circense y las compañías de feriantes serían revisitadas con mayor acierto en posteriores títulos como "El Rostro" o "El Séptimo Sello".