El siempre interesante director canadiense se sumerge en un tema sórdido como es el abuso de menores y las redes pedófilas, pero lo hace desde un punto de vista muy comercial, componiendo un thriller bastante poco creíble y con connotaciones morales y éticas que no se concretan. Sí se aprecia una superficial búsqueda de intriga que atrape al espectador, y si bien lo logra en muchos instantes, el guión carece de credibilidad alguna, las situaciones son insólitas y, especialmente, el final es de telefilm de domingo por la tarde, indigno de uno los los gurús del cine independiente en las últimas décadas. Se ve bien, los actores cojean, el guión es malo: cine de consumo muy normalito. Qué lejos está Egoyan de sus universos claustrofóbicos y geniales de otras películas...