Películas como la que propone Stéphane Robelin siempre son de agradecer por lo poco habitual del tema a tratar. Dar el protagonismo a una serie de veteranos actores es algo que no se estila y a parte permite disfrutar de la interpretación de unos actores a los que, por desgracia, se ve por las pantallas muy de vez en cuando. Claro está que todo esto no es suficiente para hacer una buena película y “Y si vivimos todos juntos” se queda algo lejos en este sentido. Robelin opta por hablar del proceso de la vejez desde una óptica cómica. Y precisamente el tono de comedia es una de las cosas que no acaban de funcionar. Siendo generosos apenas un par de situaciones provocan un atisbo de sonrisa. A estas alturas ver a un abuelo enseñando el culo a una cámara o a una señora mayor ahuyentar a una incómoda visita a manguerazos provoca más vergüenza ajena que otra cosa. Sí es más interesante el hecho de abordar los problemas derivados de la vejez de una manera desacomplejada. Alzheimer, disfunciones sexuales, infartos o incluso la muerte propiamente dicha son tratados con naturalidad insertados en la trama sin cargar las tintas del drama en ningún momento. Robelin pretende reirse de todo ello sin que el invento acabe resultando efectivo. De la misma manera que no acaba de funcionar tampoco el personaje de Dirk, pretendido contrapunto que no termina de aprovecharse de una manera satisfactoria (sus diálogos con el personaje de Jeanne son buena muestra de ello) ni la pseudo trama erotico-afectiva, demasiado estereotipada en su conjunto. En todo caso siempre nos quedará tomar nota de lo que nos va a venir a todos más tarde o más temprano.

Lo mejor: volver a reencontrarnos con Jane Fonda.

Lo peor: un guión más flojo de lo esperado.