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Voto de Pepe Alfaro:
6
Drama Narra la historia de Margaret y Walter Keane. En los años 50 y 60 del siglo pasado, tuvieron un éxito enorme los cuadros que representaban niños de grandes ojos. La autora era Margaret, pero los firmaba Walter, su marido, porque, al parecer, él era muy hábil para el marketing. (FILMAFFINITY)
29 de septiembre de 2017
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La obra cinematográfica de Tim Burton conforma un caleidoscopio visual que refleja los grandes mitos de su peripecia vital, enraizados desde la más tierna infancia y tamizados a través de una visión cargada de ficciones oníricas y fantasías deslumbrantes en la mayoría de los casos. En este repaso a su iconografía personal faltaba un elemento que forma parte de la cultura popular norteamericana y que alcanzó enorme repercusión social hace cincuenta años, iniciando una tendencia en la pintura en particular, y el arte gráfico en general, conocida como “big eyes”, en referencia a su principal característica, consistente en la magnificación de los ojos de los personajes. Una moda sobre la que Woody Allen ya había ironizado en su película El dormilón (1973), considerándola el paradigma del arte kitsch.
Partiendo de la misma premisa que tan buenos réditos obtuvo en Ed Wood, otro icono de referencia en los suburbios del arte llano (en este caso cinematográfico) y contando con los mismos guionistas (Scott Alexander y Larry Karaszewski), el director norteamericano no consigue entusiasmar al espectador en este acercamiento a la peripecia personal y artística de Margaret Keane, la verdadera progenitora de los Big eyes, aunque durante décadas sus obras estuvieran firmadas y apropiadas por su marido. La película se centra en las relaciones del matrimonio, en la progresiva descripción de una aniquilación emocional hasta la total abducción de la artista, cada vez más encerrada en su mundo, reflejado a través de unos enormes ojos permanentemente abstraídos y tristes que paradójicamente le llevarían al éxito.
En esta ocasión, Tim Burton ha preferido acercarse a un personaje que conoce bastante bien y admira más (aparte de poseer alguna obra de la pintora, ha retratado a sus musas Lisa Marie y Helena Bonham Carter) desde una perspectiva más realista, desprovista de artificios y fantasías, y alejada de cualquier constante narrativa fantasiosa a que nos tiene acostumbrados. La trama de Big eyes se mantiene sobre todo gracias a la capacidad y experiencia del director y, sobre todo, a la solvencia de la pareja protagonista, magníficamente encarnada por Amy Adams y Christoph Waltz.
A pesar de todos estos aditamentos, la historia nos suena algo lejana, pues a pesar de la tremenda difusión alcanzada con la reproducción industrial de los rostros firmados por Keane apenas traspasaron las fronteras de EE.UU. En nuestro país tenemos un caso significativo en la literatura del siglo XX con el que esta historia guarda más de un paralelismo. Es el caso del escritor y dramaturgo costumbrista Gregorio Martínez Sierra, autor de una extensa obra, entre las que destaca “Canción de cuna” adaptada para la gran pantalla al menos en cinco ocasiones (la última por José Luis Garci), una de ellas dirigida por el propio autor. Según las últimas investigaciones, la mayor parte de su obra parece que fue en realidad escrita por su esposa María Lejárraga, una mujer comprometida que fue diputada en la Segunda República y murió exiliada en Argentina en 1974 a punto de cumplir el siglo de vida.
Pepe Alfaro
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