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Voto de Pepe Alfaro:
7
Thriller. Drama James Donovan (Tom Hanks), un abogado de Brooklyn (Nueva York) se ve inesperadamente involucrado en la Guerra Fría entre su país y la URSS cuando se encarga de defender a Rudolf Abel, detenido en los Estados Unidos y acusado de espiar para los rusos. Convencido de que Abel debe tener la mejor defensa posible, Donovan incluso rechazará cooperar con la CIA cuando la Agencia intenta que viole la confidencialidad de comunicaciones entre ... [+]
4 de octubre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de mostrar la grandeza (intentando no supeditar la crónica histórica al relato cinematográfico) de un personaje de la talla de Abraham Lincoln, ese Midas de la industria llamado Steven Spielberg ha buceado de nuevo en la historia reciente de su país, cuya bisoñez no permite mucha perspectiva, para rescatar de la memoria un héroe mucho más cotidiano y cercano, lo que permite al director mayor grado de empatía con los espectadores norteamericanos, gracias a una epopeya que, una vez más, se sustenta en los valores que cimientan la esencia y el espíritu de los Estados Unidos: Dios-Patria-Familia.
Ambientada en el momento más tenso de la Guerra Fría, cuando el Mundo se mantenía en equilibrio sobre dos campos de ojivas atómicas, El puente de los espías se centra en la aventura del abogado James Donovan (Tom Hanks), a quien se encomienda la “anti-patriótica” labor de defender al espía soviético Rudolf Abel, detenido en 1957 y finalmente condenado a treinta años de prisión. El ciudadano Donovan (profesional ejemplar defensor de la Constitución y las leyes y modélico marido y padre) consigue librar a su cliente de la silla eléctrica gracias a un discurso tan efectivo como visionario (aunque no muy verosímil), lo que le catapulta a una misión mucho más arriesgada sobre las gélidas nieves berlinesas, intermediar con los soviéticos en el canje de Abel por el piloto norteamericano Francis Gary Powers, abatido sobre el espacio de la URSS con su avión espía en 1960. Además, en el lote se incluyó a un estudiante norteamericano llamado Frederic Pryor, por empeño exclusivo y tozudo del propio mediador según los guionistas. De hecho, dado el éxito y según se informa al final, la labor de Donovan se prorrogó en otros conflictos internacionales.
Partiendo de estos acontecimientos de hace poco más de medio siglo, los hermanos Coen (con la colaboración de Matt Charman) han construido un guion para que la poderosa maquinaria narrativa de Spielberg construya un héroe a medida de los nuevos tiempos, donde cualquier epopeya personal necesita el reconocimiento conciudadano para alzarse sobre el pedestal del olimpo destinado a rendir tributo a los héroes; de no ser así sobraría la secuencia final, pero claro el director también produce la película. Aparte de estas facturas con cargo a la taquilla, la película constituye un modelo patente del demostrado pulso cinematográfico de Spielberg, desde la solvencia notoria en la presentación de los personajes, especialmente en las imágenes que nos introducen en la personalidad (opaca y distante) del espía ruso, extraordinariamente configurada por el actor británico, para mí desconocido hasta la fecha, Mark Rylance, lo que sin duda ayuda, contestando a su repetido interrogante: “¿eso ayudaría?”
El mejor refrendo para El puente de los espías es su capacidad para retener la atención del espectador durante dos horas y medias, dosificando la tensión dramática sin abusar de la violencia, ofreciendo nuevas lecturas sobre las diferentes aristas del honor patrio, la dignidad de los peones de un juego macabro y la falta de escrúpulos de los oficiales burócratas que les envían a misiones sin órdenes oficiales, pero con la orden expresa de morir en caso de ser abatidos. Como siempre, Spielberg sabe muy bien dónde encontrar los villanos de sus historias, especialmente ahora que ya no existe el Muro de Berlín, cuya construcción (que se hizo en una noche) nos ofrece en la secuencia de detención de Frederic Pryor. ¿Casualidad o licencia en aras a la recrear la retina del espectador?
Pepe Alfaro
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