"127 horas" es una experiencia.

A estas alturas, poca gente queda que aún no conozca la historia de Aron Ralston. Por eso mismo, no voy a ser yo quien la vuelva a recordar. "127 horas" no cuenta una historia, te obliga a vivirla. A partir del suspiro que sueltas en el instante previo a la aparición del rótulo que indica el título del film en pantalla, es cuando eres realmente consciente de dónde te has metido.

Esos primeros momentos de nerviosismo exaltado. Esa resignación momentánea. Esas esperanzas renacidas (acompañadas, paradójicamente, por las tuyas propias). Esa aceptación del porvenir. Ese segundo en el que se te pasa por la cabeza inconscientemente que la historia es creíble, acompañado del inmediato razonamiento que te recuerda por qué.

Quizás hay varios flash-backs, que no vienen muy a cuento. Concretamente los del pasado amoroso fallido de Aron. Sí, te ayudan a conocer más a fondo al personaje pero la única tensión sexual que importa para el espectador es la existente entre la roca y el explorador. Todo lo contrario ocurre con sus alucinaciones, que ayudan a demostrar que el estado físico de Aron, no es lo único que se encuentra profundamente mermado.

En conclusión, al terminar de ver "127 horas" será cuando seas realmente consciente de que tú si podías beber agua durante esa hora y media.

Sí. He escrito toda esta crítica solo con el brazo derecho.