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Voto de burrito:
7
Voto de burrito:
7
5,5
35
18 de septiembre de 2018
18 de septiembre de 2018
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Producción RKO insertada en plena efervescencia del cine como vehículo propagandístico, desde la entrada de los USA en la contienda de la 2ª Guerra Mundial en 1941, en un esfuerzo patriótico por parte de todas las "majors", subordinando el Séptimo Arte al servicio de una causa entendida como mayor.
Para la dirección se apostó por Harold Schuster, -un hombre que había pasado por varios de los oficios de la profesión, no en vano su primera gran aportación fue la de ser uno de los montadores de la obra maestra de F.W. Murnau "Sunrise" (1927)-, gracias al éxito de taquilla que había obtenido el año anterior con "My Friend Flicka", una película considerada como "pequeña" -que fue muy bien valorado en los despachos del estudio- y también en base a la versatilidad de un director que se había movido por varias productoras y en diversos géneros y era el candidato ideal, por su cualidad de "artesano" eficaz, para llevar a buen puerto un proyecto de encargo como éste (en donde el Ejército se involucró activamente, lo que queda patente ya desde el arranque de la película con esos rótulos de agradecimiento a los Marines, pasando por las localizaciones del rodaje en Camp Pendleton, en San Diego -campo de reclutamiento desde el cual muchos Marines se embarcaron para combatir en el Pacífico).
Para el papel coprotagonista acompañando a Pat O´Brien, este consagrado actor -que había sido una de las estrellas de la Warner durante los años 30- insistió en la contratación de Robert Ryan, de quien había quedado impresionado de su talento y con el que llegó a forjar una gran amistad durante el rodaje de Bombardier (Richard Wallace, 1943). La decisión fue todo un acierto, puesto que esta película constituye el primer papel importante de Robert Ryan en la gran pantalla.
Esta película fue pionera dentro del género bélico en entremezclar una trama romántica con el contenido puramente de acción, gracias a lo cual se atenúa el tufillo desprendido de una película de naturaleza tan programática (algo por otra parte disculpable, atendiendo a la necesidad de justificar ante la nación americana el envío de un millón de soldados al frente de combate) y sirve de paso para conectar al público con un relato que le resulte más cercano, puesto que esta historia de amor podría suceder en cualquier otro contexto totalmente dispar.
La química que establecen Robert Ryan y Ruth Hussey funciona muy bien y no se trata de una relación en absoluto edulcorada, gustándome particularmente en este sentido su final tan abierto.
El tratamiento que se concede a las mujeres, aún sin estar prácticamente representadas -salvo por Ruth Hussey-, es otro de los puntos fuertes de una película por otro lado tan cargada de testosterona. Se ve como a medida que avanza el conflicto bélico, van entrando mujeres a formar parte del Ejército y en las dos historias sentimentales que tienen lugar se concluye con que las mujeres también participan en la guerra (aunque de otro modo, pero igualmente valeroso).
En medio de tanta lucha, muerte, destrucción y renuncias personales, el director sabe introducir puntuales elementos de comedia al estilo John Ford, que rebajan la tensión acumulada (ahí son especialmente destacables las disputas del cocinero Leary -que lo arregla todo a base de pimienta- con el sargento Maguire).
Otro muy buen detalle de la película deriva de la camaradería que establece Ryan con el soldado Junior, -es excelente su desesperada reacción cuando descubre que ha muerto torturado a manos niponas -, que tendrá su continuación más adelante en la figura de Fowler, a quien Ryan verá como el sustituto del primero y con el que además establece una mayor complicidad al compartirse confidencias de las respectivas relaciones amorosas con sus sendas novias; esto último culmina magistralmente con la aparición en un segundo plano de Fowler en la boda de Ryan, como testigo.
También está muy bien conseguida la corta pero intensa interacción entre los aparentemente antagónicos personajes de Pat O'Brien y Ruth Hussey, desbordante de humanidad.
Lo que en un principio amenazaba con ser una propuesta completamente maniquea (donde los japoneses son unos malos malísimos y los yanquis son todo lo contrario, con el súmmum de la perfección encarnado en un Ryan bordando su interpretación -es decir, la imagen que la institución militar quería transmitir a los espectadores, hacerles saber que sus vidas dependían de personas como el capitán Dan Craig-), alza el vuelo gracias a todo lo anteriormente comentado, sumado a su concisión narrativa y elegancia visual.
Así, el film intercala con los fotogramas rodados por el estudio, imágenes reales de archivo -de las dos batallas que acontecen, incluída la toma de una isla por unas unidades anfibias-, por exigencias publicitarias (porque se trataba de conseguir la máxima exaltación de las heroicidades y el funcionamiento de la Institución Castrense Americana), y es a través del formidable trabajo de fotografía de Nicholas Musuraka (su labor es absolutamente sobresaliente en las escenas de combate nocturnas) como se consigue un resultado de coherencia visual de toda la película, diluyendo la naturaleza documental de dichas imágenes -mediante la atenuación de la iluminación de las mismas-, pero a su vez conservando cierto poso de aspecto semidocumental que otorga una mayor veracidad narrativa a esta cinta.
Para la dirección se apostó por Harold Schuster, -un hombre que había pasado por varios de los oficios de la profesión, no en vano su primera gran aportación fue la de ser uno de los montadores de la obra maestra de F.W. Murnau "Sunrise" (1927)-, gracias al éxito de taquilla que había obtenido el año anterior con "My Friend Flicka", una película considerada como "pequeña" -que fue muy bien valorado en los despachos del estudio- y también en base a la versatilidad de un director que se había movido por varias productoras y en diversos géneros y era el candidato ideal, por su cualidad de "artesano" eficaz, para llevar a buen puerto un proyecto de encargo como éste (en donde el Ejército se involucró activamente, lo que queda patente ya desde el arranque de la película con esos rótulos de agradecimiento a los Marines, pasando por las localizaciones del rodaje en Camp Pendleton, en San Diego -campo de reclutamiento desde el cual muchos Marines se embarcaron para combatir en el Pacífico).
Para el papel coprotagonista acompañando a Pat O´Brien, este consagrado actor -que había sido una de las estrellas de la Warner durante los años 30- insistió en la contratación de Robert Ryan, de quien había quedado impresionado de su talento y con el que llegó a forjar una gran amistad durante el rodaje de Bombardier (Richard Wallace, 1943). La decisión fue todo un acierto, puesto que esta película constituye el primer papel importante de Robert Ryan en la gran pantalla.
Esta película fue pionera dentro del género bélico en entremezclar una trama romántica con el contenido puramente de acción, gracias a lo cual se atenúa el tufillo desprendido de una película de naturaleza tan programática (algo por otra parte disculpable, atendiendo a la necesidad de justificar ante la nación americana el envío de un millón de soldados al frente de combate) y sirve de paso para conectar al público con un relato que le resulte más cercano, puesto que esta historia de amor podría suceder en cualquier otro contexto totalmente dispar.
La química que establecen Robert Ryan y Ruth Hussey funciona muy bien y no se trata de una relación en absoluto edulcorada, gustándome particularmente en este sentido su final tan abierto.
El tratamiento que se concede a las mujeres, aún sin estar prácticamente representadas -salvo por Ruth Hussey-, es otro de los puntos fuertes de una película por otro lado tan cargada de testosterona. Se ve como a medida que avanza el conflicto bélico, van entrando mujeres a formar parte del Ejército y en las dos historias sentimentales que tienen lugar se concluye con que las mujeres también participan en la guerra (aunque de otro modo, pero igualmente valeroso).
En medio de tanta lucha, muerte, destrucción y renuncias personales, el director sabe introducir puntuales elementos de comedia al estilo John Ford, que rebajan la tensión acumulada (ahí son especialmente destacables las disputas del cocinero Leary -que lo arregla todo a base de pimienta- con el sargento Maguire).
Otro muy buen detalle de la película deriva de la camaradería que establece Ryan con el soldado Junior, -es excelente su desesperada reacción cuando descubre que ha muerto torturado a manos niponas -, que tendrá su continuación más adelante en la figura de Fowler, a quien Ryan verá como el sustituto del primero y con el que además establece una mayor complicidad al compartirse confidencias de las respectivas relaciones amorosas con sus sendas novias; esto último culmina magistralmente con la aparición en un segundo plano de Fowler en la boda de Ryan, como testigo.
También está muy bien conseguida la corta pero intensa interacción entre los aparentemente antagónicos personajes de Pat O'Brien y Ruth Hussey, desbordante de humanidad.
Lo que en un principio amenazaba con ser una propuesta completamente maniquea (donde los japoneses son unos malos malísimos y los yanquis son todo lo contrario, con el súmmum de la perfección encarnado en un Ryan bordando su interpretación -es decir, la imagen que la institución militar quería transmitir a los espectadores, hacerles saber que sus vidas dependían de personas como el capitán Dan Craig-), alza el vuelo gracias a todo lo anteriormente comentado, sumado a su concisión narrativa y elegancia visual.
Así, el film intercala con los fotogramas rodados por el estudio, imágenes reales de archivo -de las dos batallas que acontecen, incluída la toma de una isla por unas unidades anfibias-, por exigencias publicitarias (porque se trataba de conseguir la máxima exaltación de las heroicidades y el funcionamiento de la Institución Castrense Americana), y es a través del formidable trabajo de fotografía de Nicholas Musuraka (su labor es absolutamente sobresaliente en las escenas de combate nocturnas) como se consigue un resultado de coherencia visual de toda la película, diluyendo la naturaleza documental de dichas imágenes -mediante la atenuación de la iluminación de las mismas-, pero a su vez conservando cierto poso de aspecto semidocumental que otorga una mayor veracidad narrativa a esta cinta.