Pocas veces sabes desde el inicio de una película que su guión va a ser pura lírica, que mostrará sin tapujos el golpeo implacable de la soledad y la tristeza, que mostrará, quizás de un modo algo intimista, como el poder de cultivar la conciencia y educar las personalidades es el mayor de los logros a los que toda persona puede llegar en esta vida.

Desde una dirección más que acertada de Tony Kaye y como producto estrella la tremenda interpretación de Adrien Brody, esta película mantiene al espectador en un estado perpetuo de abstracción, desde el que llegas a empatizar con ese grupo de tremendos profesionales como son los profesores. Una cinta que basa todo su poder en sus grandes intérpetres (mención especial para Sami Gayle por su juventud) y en su mensaje-protesta sobre la brecha que existe entre educación y adecuación entre ser hijos y actuar como padres.