Para quien no lo sepa o no le recuerde, hubo un tiempo en que la crítica sesuda no se tomaba en serio a Clint Eastwood. Incapaces de ver nada de buen cine en su ya entonces dilatadísima carrera como actor y también, menos, como director, reducían su papel en el cine a una mera etiqueta de 'tipo violento', 'mal actor' en películas 'comerciales', como queriendo decir...

En resumen, que otra vez los que han quedado para la Historia han sido la persona y su obra y para el ridículo de hemeroteca quedan esos tipos tan listos que fueron incapaces de ver qué gran cineasta se estaba gestando película a película.

Uno de los primeros resultados que ya fue imposible discutir por nadie fue este atrevido largo a modo de revisión nada encubierta de lo que fue el rodaje de 'La Reina de África'. Eastwood se mete en la piel del apasionado y lúcido John Huston en una declaración de amor cinéfilo metalingüística que da lugar a diversas e interesantes lecturas. La pasión como origen de la autodestrucción, la irresoluble necesidad del genio de tocar el cielo cayendo al abismo, la búsqueda que aniquila, todo ello concentrado en una bella y clásica puesta en escena, mostrando una África similar a la que dos años antes ya nos pasmó en 'Memorias de África', con actuaciones sólidas y un guión que sabe dónde quiere llegar: un plano final y una sola palabra que explican el porqué de la existencia del cine con toda su profundidad.

Gran cine.