Con los años me apetece ver películas como esta, en la que los retos están dentro de cada persona. La película pone el escenario hermoso y grandilocuente de la Ruta de los Apalaches, como podía ser el Camino de Santiago o la Travesía Pirenaica. Pero el desafío lo lleva cada personaje consigo mismo. Cada día podemos llevar nuestros desafíos al trabajo, al colegio a buscar a los niños, a la cocina a preparar la cena o a la cama para abrazar a tu pareja. Nos preparamos de mil maneras para enfrentar la vida y comenzamos con ánimo la tarea; nos cansamos; encontramos y dejamos compañías por el camino; decidimos continuar o pararnos; etc. Conseguir el objetivo es importante, aunque lo crucial es el desarrollo de todo el plan de acciones para alcanzar ese objetivo.
Al final volvemos donde nos aprecian, donde tenemos algo que contar y donde tenemos alguien que nos escucha. Volvemos a los hábitos, a la comodidad de lo conocido y al calor del hogar que nos acoge: volvemos. No es posible marchar para siempre ni cuando morimos; los recuerdos nos atan duro a la vida y a los cercanos. Por todo esto me gusta enfrentar nuevos retos. Por todo esto me gustó esta película, que podía haber resultado más heroíca, pero que es bien honesta con uno mismo al planterate los límites que has de sortear.