El Cosmonauta no es una película de ciencia ficción. Tampoco es un drama amoroso. Ni siquiera es una excusa para nada, ¿lo es acaso el arte más puro, el que nace bajo la necesidad de generar belleza o de arrancar de nosotros nuevas realidades? El Cosmonauta ha nacido bajo la pasión, el valor, el esfuerzo y la emoción de estar planteando al mundo de la cultura una forma pionera de hacer y ofrecer cine. Simplemente por esto esta película merece todos mis respetos. Es un largometraje con miles de padres y un solo vientre: Nicolás Alcalá. Junto a Carola Rodríguez y Bruno Teixidor han dejado un largo reguero de sangre de soldados Bothan para que veáis esta película.

No es fácil desentrañar la poética en la que nos sumergen durante 80 minutos. Detrás hay un mensaje lleno de contrastes: han tenido que explorar en el espacio para poder explicarnos las relaciones tan complejas que pueden entablarse en la tierra. Existe una enorme paradoja: nos empeñamos en conocer lo que sucede a miles de kilómetros de nuestras cabezas cuando ni siquiera somos capaces de explicar la serie de sentimientos que se pueden desencadenar entre las personas. Y quizá justamente por eso, por la enorme tarea que supone entendernos a nosotros mismos, miramos al cielo, como la perfecta desconexión de nuestra condición humana y de lo sufridas y a la vez necesarias que pueden ser a veces las interacciones entre las personas.

El Cosmonauta (¿a su vuelta?) añora la vida humana en la tierra, añora a una mujer, añora a un amigo, añora su antigua vida. Llega hasta admitir que al menos en la Luna llegó a ser feliz ¿Dónde establecer ese cielo, ese paraíso que a veces logramos encontrar en pequeños instantes de nuestras vidas? ¿Allá arriba o aquí abajo? Es tal vez este un largometraje que indaga en los anhelos de una persona, en sus deseos, en su ideal de felicidad y por extensión nos hace preguntarnos a los demás dónde encontrar todos estos elementos, qué necesitamos realmente para vivir inmersos en ellos... o fuera.

Interpretar y adentrarse en mundos paralelos es adentrarse también en nosotros mismos, iniciar un viaje que no sabemos cómo nos devolverá a la vuelta. A veces una nave espacial es solo una entrada de cine que nos puede llevar más allá de las luces y sombras del espacio, que no deja ser una versión extendida de las nuestras como seres humanos, en cierta medida, también universos.