1970. California. Mugre, maría y una trama supuestamente negra para un personaje que hace piruetas al borde de su propio fracaso, como debe ser en estos tópicos casos.

En principio, todo eso suena muy bien, pero no os engañéis porque, o bien Anderson se hace la picha un lío con el guión, o es que (ya que estamos de colocón) le apetece liar la madeja, consiguiendo con ello que el espectador termine (más pronto que tarde, aunque depende de la voluntad de cada uno) por perder el interés en lo que podría haber sido interesante.

Y entonces ¿qué queda? Pues Joaquin Phoenix tratando de salvarse a sí mismo en medio de este larguísimo ladrillo. Y, a fe mía que, el pobre lo consigue a base de esfuerzos y caladas porque, lo demás, infumable, oiga, que ni gracia tiene.

Así que un par de puntos para Phoenix y nada más. Mejor pasar.