Max Payne tiene que ser valorada desde dos prismas.

Como jugador de videojuegos, nos encontramos como una de las mejores adaptaciones de videojuego planteadas en una sala de cine. Max Payne es un traslado directo de la trama, personajes, conceptos... todo lo que los creadores del videojuego nos plantearon hace años. Ese respeto a la obra pixelada es, ante todo, algo valioso y ejemplar. Una lección de como se deben de hacer las cosas.

Como cinéfilo, nos encontramos con una película entretenida, quizás no con el mejor actor para llevarla a cabo, y que, sin duda, nos devuelve a un modo de hacer las películas de acción que desde hace bastante echaba de menos. Hay apenas 4 escenas de acción, maravillosamente rodadas, en las que no se apabulla al espectador y que sirven para avanzar en el ritmo y en la trama. No es una orgia de tiros y explosiones por que sí. Eso, nos acerca a algo que en Hollywood parecía olvidado: dar tiempo a los personajes y a la trama para desarrollarse y avanzar.

Como otros puntos a tener en cuenta, la fotografía es preciosa, los planos están cogidos en su gran parte con bastante acierto y es agradable (que no por ello bueno) ver a un desaparecido y sobreactuado Chris O'Donnell.