Apasionante, envolvente, vertiginosa. Así es The Wolf of Wall Street, el regreso de Martin Scorsese a ese cine de excesos, de subidas a lo más alto y caídas dolorosas, pero sin esa culpa católica a la que tanto apelaba en ciertos films. Con algo de Goodfellas, y otro tanto de Casino, Marty cuenta la historia de Jordan Belfort, un bróker que apenas rebasados los 20 años funda su propia empresa consiguiendo ganancias estratosféricas y con libre acceso a todos los excesos y lujos posibles, y que terminará siendo presa de su ambición desmedida, con un Leonardo Di Caprio en el mejor momento (y papel) de su carrera, mas rey del mundo que nunca, apoyado por un Jonah Hill que desborda simpatía en cada plano y acota esa pausa destensionante al relato.
Scorsese, influencia en una gran cantidad de realizadores actuales, consigue el tono adecuado para contar la historia de Belfort, lo que no sucede con O Russell y su American Hustle, un relato que se le va de las manos a los atropellos, porque igual acá el caos, la locura y la adrenalina no paran nunca y todo funciona perfecto, porque a pesar de sus casi 3 horas, siempre aparece en el momento oportuno un personaje, una situación, alguna chica o un simple chiste que reacomoda todo lo que se viene.
Golpe duro y seco a la ambición desmedida del sueño americano, Scorsese no juzga a sus personajes, dejando en el espectador la sensación de estar disfrutando culposamente las canalladas de un personaje amoral que termina seduciendo por completo.