Hablar de este filme me crea cierto desconcierto, pues veo en él a un artesano honrado como Richard Fleischer sacando lo mejor de sí mismo en sus inicios laborales.
Sin embargo, una película no se puede sustentar tan solo en un giro brusco de guión al final para truncar toda la trama por completo. Dichos artificios sirven en el circo cuando aparece el mago, y no en el cine negro bien estructurado.
A pesar de ello, su comedido metraje, setenta y un minutos, y su blanco y negro poderoso junto a la opresión del desarrollo argumental dentro de un expreso ferroviario, hacen de esta película un delicioso entretenimiento para el espectador. Y especialmente porque está rodada con esmero, cuidando la fotografía, y el guion y porque además pertenece al cine clásico de verdad. Además no necesita de estruendo ni estrépito, como el insoportable cine actual, para contarnos una historia.
Realmente debe importarnos poco si los giros argumentales o las situaciones aquí presentadas son posibles o imposibles, lo que debe primar es la esencia del cine, en este caso el Noir, como vehículo cultural y argumental.