Si realmente me fascinó esta película al margen de la obsesiva perfección técnica a la que nos tenía más que acostumbrados el genio portentoso de Kubrick, es por la cruda realidad con la que nos expone el tema de las inseguridades del ser humano.

En cada una de sus cintas Kubrick toca siempre un resorte del alma humana, y en este caso no iba a ser menos.

Una simple palabra expresando un íntimo sentimento basta para desnudar nuestro delicado sistema de protección humana y además para dar rienda suelta no sólo a una historia uniforme y altamente interesante en su conjunto, sino además para regalarnos con toda una suerte de imágenes imperecederas que convertirán la obra póstuma del genio en una de las mejores representaciones cinematográficas sobre los escenarios del alma humana de siempre.

Nadie como Kubrick supo hacernos pensar después del visionado de sus obras, nadie como él para hacernos aprender la belleza lírica que se desprende de las imágenes y los sonidos.

Muchos fueron, han sido y serán los incomprendidos de la especie humana. Kubrick fue uno de ellos.

Enhorabuena a los que supieron entenderle, porque de verdad que merece la pena.