Kumiko y su absurda aventura. Una historia tan extraña y conmovedora al mismo tiempo que se vuelve un laberinto del que resulta imposible escapar. Así como el personaje se adentra en este laberinto de un sueño imposible, donde realidad y ficción se confunden, también nosotros, espectadores, entramos en esa misma realidad-irrealidad casi sin darnos cuenta. Es casi imposible para el espectador sensible no acompañar a Kumiko en su irracional aventura, incluso las travesuras y pequeñas maldades que comete el personaje nos lo hace más querible.
La película entera es una especie de balada de la soledad, de la ilusión, con la belleza y lo terrible que esto implica.
Si nos ponemos en críticos, hablaríamos de la alienación del hombre contemporaneo, y del escapismo que supone la busqueda de un tesoro imposible; de la soledad más oscura, de la existencia más anodina, sublimada y redimensionada (y redimida si quieren) por un objetivo tan delirante, tan descabellado, tan obsesivo, que no admite negativas. También diríamos que el personaje que compone Kikuchi traspasa la pantalla constantemente, en los primeros planos de un rostro desvalido, casi autista, pero yo diría que especialmente en las panorámicas donde la blancura de la nieve (que parece interminable) contrasta con esa joven, que arrastra un estrafalario poncho improvisado con una manta de estampado colorido e infantil, y la cabeza cubierta con una capucha roja.
La segunda parte del filme, con este personaje recorriendo interminables carreteras, o en medio de un desierto blanco, proponen una fotografía por momentos preciosista.
Acierta el director David Zellner, con los planos, con los tiempos, con el despojamiento con que plantea la relación con los pocos personajes que encuentra Kumiko en su camino, y que tratan de ayudarla, pero no con su objetivo (absurdo, ilusorio) sino desde su propia visión del mundo, o desde su propia historia de vida. Acierta la historia cuando ficción y realidad se entrelazan para darnos un final donde se subliman las ilusiones, donde el absurdo se vuelve poesía.
El planteamiento es similar, aunque sin la dureza que propone por momentos la "Nebraska" de Alexander Paine, con un Bruce Dern en estado de gracia. Y si vale la comparación, aqui, el vuelo poético plantea lo que Paine traducía en una mirada irónica y entrañable.
Como sea, estamos ante una muy buena película, y si le damos la oportunidad, y un par de horas de nuestro tiempo, nos va a devolver una pequeña joyita, y un agridulce sabor de boca... lo que no es poco.
Muy recomendable.