A primera vista, la idea de mezclar seres del espacio, los Moorwen, con los vikingos noruegos del siglo VIII, podría parecer estrambótica. Pero aún así, si dejamos a margen algunas cosas cogidas por los pelos (como lo de la máquina para aprender la lengua de cualquier rincón del planeta), la historia consigue entretener no tanto por la presencia de los monstruos, sino de la propia relación del protagonista con el poblado vikingo.

Reconozco que la descripción de la sociedad vikinga, de sus costumbres, de sus ceremonias, de su cultura, de su filosofía vital, me resulta muy atrayente, seguramente por mi predisposición muy favorable a ese pueblo nórdico. Y la relación entre la hija del rey (una atractiva Sophia Myles), su pretendiente y el extranjero también resulta interesante.

Si a eso le añadimos el peligro de unos fabulosos seres del espacio, las estrategias que diseñan para eliminarlos, el inquietante combate final en las cascadas y las propias dudas que atormentan al héroe, nos resulta una película apetitosa de ver.