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España España · Barcelona
Voto de C Jarmusch:
8
Drama Brandon (Michael Fassbender) es un joven y apuesto neoyorquino con serios problemas para controlar y disfrutar de su agitada vida sexual. Obsesionado con el sexo, se pasa el día viendo revistas pornográficas, contratando prostitutas y manteniendo relaciones esporádicas con solteras de Manhattan. Un día se presenta en su casa, sin previo aviso, su hermana menor Sissy (Carey Mulligan) con la intención de quedarse unos días en su apartamento. (FILMAFFINITY) [+]
19 de abril de 2016
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el tren, un chico que se sienta delante de mí me lanza ruidosos besos al aire. Al ver que no reacciono amigablemente, le pregunta al chico que viaja a mi lado si es que yo soy suya. En un mundo en el que las mujeres somos objetos de consumo o, en su reverso, cosas que molestan, parece que los asuntos se socializan y se resuelven entre hombres. Yo me sonrojo, y no puedo averiguar si mi vergüenza nace del menosprecio recibido, de mi indefensión fulminante, del azar de haber sido yo la elegida o de una imagen de mí que no controlo.

Brandon - un tipo sin demasiada vergüenza, un seductor - se mueve en círculos desde su moderno despacho hasta su neoyorquino ático de lujo. Compulsivamente pasea los ojos sobre los muslos de la chica del tren, sobre el trasero de la compañera de trabajo, sobre los pechos de una actriz porno en la pantalla del ordenador, sobre el vientre liso y moreno de la prostituta de esta noche, y a todas las encuentra, una por una, igual de sugerentes. Se esnifa una raya, se bebe un Martini, sale a correr, se masturba bajo el agua de la ducha y vuelve de nuevo a su despacho, rindiendo como un hámster en su rueda. Mientras cena con una chica (Marianne) en un restaurante - trámite molesto, dado que él preferiría estar eyaculándole encima en alguna habitación de hotel y no sentado a su lado consultando la carta de vinos - ella, cuidadosamente, le explica que le gusta estar junto a él. Brandon, mirando a la nada, se apresura a sonreír con menosprecio y condescendencia, y le suelta que a él le gustaría vivir en los años setenta. Un poco antes, en 1955, un Hugh Hefner cubierto con un delicado batín de seda inauguraba su revista y su mansión Playboy, proclamándose el primer hombre femenino y feminista, liberador del yugo impuesto por la familia tradicional americana. Decía "nosotros, los nuevos hombres, gozamos preparando cócteles, escogiendo músicas, invitando a alguna chica esporádica para charlar sobre Picasso, Nietzsche, jazz, o para tener sexo [...] ellas no son profesionales, pero aceptan cualquier cosa sencillamente para divertirse". Vivió tumbado en su cama como una cortesana, y los años pasaron factura a su deslumbrante sueño fálico: hace poco, Playboy dejó de emitir imágenes pornográficas debido a incontestables pérdidas económicas, y algunas ex trabajadoras confesaron que su vida no fue una emancipación dorada - explotación sexual y soledad a cambio de mejoras horarias y máquinas de escribir para las secretarias; un piso superior, extensión mental de las fantasías de Hefner y al cual él nunca accedía, que servía de internado para las conejitas y donde, bajo amenaza de despido, aprendían cómo ceñirse a las rectas normas para encarnar a la nueva mujer, tan nula bajo la voluntad del hombre como la vieja; etc. -.

Los efectos del capitalismo patriarcal se abren paso desatando vínculos entre las personas, y pidiendo obstinadamente más. Sussy, la hermana pequeña de Brandon, tras quedarse sin casa y sin pareja, irrumpe en la vida de éste y se instala provisionalmente en su salón. La proximidad de un ser humano distinto, que pide amor, ahoga deprisa a Brandon, y decide abandonar a su hermana para emprender una espiral de entretenidas transgresiones sexuales al más puro estilo cristiano culpable, perdido, por cierto, entre las ofertas infinitas de un mundo suyo que no es más que un mercado sexual. El consumo adictivo de objetos, el impulso de gozar sin sentir jamás el deseo del otro, o el propio, son conductas que no tienen por qué imponer límites. Es por todo esto que la demanda de amor y convivencia de una hermana resulta un límite ingrato para un hombre acostumbrado a tratar exclusivamente con objetos que acogen y reflejan, como tabulas rasas, su propia voluntad. Nadie se libra de verse interpelado y juzgado por el otro, de conocerse a través del otro y de hallar un universo en el otro; la entrega no es una actitud sencilla de sostener.

Sabemos pocas cosas sobre las mujeres de "Shame", tal vez porque, como decía Freud, "un hombre no suele aceptar la pasividad frente a una mujer a no ser que se trate de una puesta en escena que él mismo monta".
Así que, más allá de las escenas, intuimos la desaparición de Marianne, poco dispuesta a entrar en el juego de los mitos masculinos. Vemos el sufrimiento de Sussy, que tampoco escapa a los modos de habitar nuestro mundo, sollozando mientras grita por teléfono a su antiguo novio que no la abandone, pidiendo un abrazo negado a su hermano, accediendo a la emoción de hacer el amor con un nocturno desconocido que la persigue y que mantiene a esposa e hijos dulcemente desinformados de su intrigante vida sexual. Vemos a Sussy poniendo límites de sangre a su vida, desistiendo de formar vínculos con aquellos que, individual y frenéticamente, ya sobreviven solos. Cuando las mujeres molestan y desesperan (como Medea, como las brujas, como cualquiera), Brandon busca hombres con quienes tener sexo, y hasta para recibir una paliza. Únicamente la escena en la que Sussy interpreta una ridícula canción en un concierto emociona a Brandon, que no se perdona las lágrimas y huye aterrado hacia la barra del bar para pedir más bebida.
C Jarmusch
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