Hoy fui a ver el film del que se rumora que es la despedida del buen genio, admirado y querido Clint Eastwood, y la verdad es que me sentí con el deber de subrayar el trabajote que se avienta Clint para arreglárselas (una vez más) para seguir hablando de ciertos sucesos en el mundo sin que parezca que lo está haciendo, tal como la homosexualidad, el secretismo, el gobierno y demás problemas que no son sólo políticos, sino morales. A simple vista, o en función del relato lineal de la trama, los acontecimientos políticos del país aparecen como elementos laterales en la película, aunque en realidad sean su espina dorsal. Una espina dorsal invisible, por suerte, porque ya estamos hasta la madre de que el cine nos quiera seguir entreteniendo con explosiones y épicas derrotas.

Como se cuenta, y como ya todos sabemos, es una trama sencilla, quizás peligrosa, y más o menos cursi en algún sentido surreal. Sin embargo, está llena de elementos periféricos que le inyectan una vitalidad semejante a si estuviéramos viendo una película sobre detectives o leyendo a un Paul Auster.

Por otro lado está la estrategia de la película, o la estructura a mi modo de ver brillante. La película nos ofrece un falso paralelismo entre el personaje de J. Edgar y el propio J. Edgar. El final, con toda la ambientación que Clint levanta desde el principio, se le centra en un solo punto invulnerable. Y lo vuelve a lograr.

Qué grande eres, Clint, no te nos mueras nunca.