Salen los rostros de Hepburn y MacLaine y nosotros, sí sabemos que son ellas y que el cine es el cine gracias a ellas y al talento de ese "cirujano" llamado Wyler, capaz de aventurarse con su bisturí en las oscuras lindes freudianas de la culpa, la locura y el arrepentimiento, cual avezado analista de diván.
Pocas veces, muy pocas veces, se ha hecho un retrato sobre los devastadores efectos de la calumnia y aún menos de los procedentes de un niño tirano (niña en este caso) cuyos sentimientos de omnipotencia someten a quienes les rodean. Pero más allá del relato -acusación falsa, disculpas posteriores, ya inútiles ante el mal causado-, destaca esa manera de relatar a lo Wyler, con sus planos inconfundibles llenos de contenido de comienzo a fin.
Puro cine.