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Argentina Argentina · Rosario
Voto de Elbio:
8
Drama Thomas, un pastor protestante que celebra los oficios religiosos con la iglesia casi vacía, es un hombre solitario que sufre una profunda crisis espiritual y cuya vida carece de sentido. Incluso el amor que le profesa la maestra Marta se ha vuelto para él una carga insoportable. Su situación se agrava al verse incapaz de ofrecer ayuda alguna a una pareja de campesinos que acuden a él para pedirle consejo. (FILMAFFINITY)
11 de agosto de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los personajes de Bergman son bicéfalos. En la mayoría de sus encuadres aparecen dos actores, juntos, en primer plano. Como por lo general están vestidos de negro, se confunden y dan la impresión de un cuerpo con dos cabezas. Apelando a los recursos expresivos propios del lenguaje cinematográfico, de dos personas, Bergman hace una. No para indicar contrastes entre personalidades sino para decir que todos tenemos dos pensamientos que nos tiranizan, que nos hacen mirar en distintas direcciones con tal de no mirarnos en el otro (porque, tal vez, eso sea abismarnos en nosotros mismos). Dentro y fuera nuestro existe una convivencia donde el encuentro está siempre en discusión. Algo de esto dice el protagonista de “Esta tierra es mía” (Jean Renoir): “en todos nosotros hay dos personas”. Dos puntos de vista que proyectan horizontes diferentes y válidos. Dos pensamientos. Uno se pregunta dónde está Dios. El otro dice que Dios no está, que tal vez nunca estuvo. Bergman también era bicéfalo. Dirigía cine como si fuera teatro. Los actores debían hacer el movimiento preciso, decir la palabra en el tono justo, hacer el gesto al ritmo exacto. Para que su pesimismo sea bello, el peso de sus angustias descansaba en otros. El documental “Bergman gör en film” cuenta esto y se mete en el rodaje de esta obra. El cine bicéfalo de Bergman rondaba siempre dos temas, ambos reunidos en esta obra (también titulada "Los comulgantes"): la angustia existencial y la intimidad compartida. La pérdida de fe (algo que a muchos les pasa aunque a pocos les preocupe) encuentra un espejo desgarrador en la convivencia de una pareja. Juana de Arco estaba colmada de fe. Veía y escuchaba a Dios. Bergman estaba preocupado por el silencio de Dios y sencillamente decía: “Dios calla porque no existe”. Su director de fotografía, Sven Nikvist fue el mejor intérprete de sus angustias. Para palpar la oscuridad de un alma hay que saber tocar su luz. Nikvist sabía. Si un padre siente que no es buen padre, sus ojos se oscurecen al tiempo que su cuerpo enrojece. Si una pareja se siente cansada, sus canas enverdecen. Si una bestia acecha, las sombras azulan. Lo extraordinario es que todo sucede en blanco y negro. Aquí decidió filmar sin sol. No hay una sola imagen tomada a la luz del sol. Se rodó sólo en tiempo nublado o con niebla. La convención gráfica propone asimilar la vida con luz y la muerte con sombra. Rostros en los que no brilla el sol, representan vidas en suspenso. Tal vez puedan apagarse o iluminarse desde su interior. De ellas depende si vuelve o no a salir el sol. Aquí, el protagonista es un sacerdote que, debiendo ayudar, arruina las vidas de quienes buscan refugio en él. Como todos, está condenado a mentir. Por mal que se sienta, debe estar de humor para animar a su rebaño. Está obligado a decir misa aunque no tenga nada para dar. Algo de eso desarrolla Bergman (que de niño sintió la vocación sacerdotal) en su libro “Linterna mágica”. El protagonista, aturdido por el desencanto, sólo puede decir cosas absurdas. Tragedia. Lo que se espera de él falta a la cita con cualquier vida donde el protagonista sea otro. Ni la mujer que lo ama le puede enseñar a amar. Apenas le brinda torpes intentos de superar la falta de amor. Ella nunca creyó en la fe de él. Quien puede amar, puede no creer en Dios. Quien no ama, no puede. Pocas veces se ha llevado a la gran pantalla la crisis de fe con este ardor, con esta desnudez formal, con esta estética de grises sin soles. En “Sin Sol”, Chris Marker, hablaba de una lista de cosas que pasan por el corazón, lugar donde habitan los monstruos. Nada nos asegura que Dios exista. Nadie, con su fe, puede hacer que exista. Nadie logra, con su falta de fe, que Dios cese. Existir no es ser. Entender no es comprender. Libres de dudas, podemos dar cualquier respuesta a la pregunta por el sentido de la vida. Los Monthy Pyton, en “El sentido de la vida” dicen que sólo se trata de pasarla bien. Si Dios no existe, no tenemos fundamentos para seguir viviendo. Es decir: entonces, cualquier rumbo es bueno. “Si en verdad Dios no existe… ¿Qué más da? Es un alivio. La vida cobra sentido. La muerte se vuelve una extinción, una desintegración. La crueldad de los hombres, su soledad, su miedo, resultan obvios, transparentes. El sufrimiento no necesita explicación. Sin creador no hay finalidad.” Luego de esta revelación en la vida del protagonista, aparece Dios hecho luz. Es la estremecedora toma en solitario del minuto 41. Plano medio pecho. Primer plano. Luz que aumenta en el fondo. Primerísimo primer plano. “Señor, ¿por qué me has abandonado?”. Alejamiento a primer plano. Giro. Perfil. Ventana. Giro. Espalda. “Ahora soy libre. Por fin”.
Elbio
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