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Polonia Polonia · Terrassa
Voto de Taylor:
8
Cine negro. Intriga Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial un soldado veterano y boxeador en declive llamado 'El sueco' (Burt Lancaster), encuentra dificultades para reincorporarse a la vida civil. Un día conoce a la novia de un gángster, la irresistible y misteriosa Kitty Collins (Ava Gardner). (FILMAFFINITY)
29 de agosto de 2010
23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
No, tranquilos. No pienso reincidir nuevamente en esos extraordinarios diez minutos con los que arranca “Forajidos”. Ni en esos diez minutos, ni en “el sueco”, ni en Colfax, ni en nada que tenga que ver con los cuantiosos atributos que hacen de “Forajidos” uno de los mejores epítomes del cine negro de todos los tiempos. Ni tan sólo mencionaré a Kitty. Y eso que no referirse a Ava Gardner en una peli en la que el animal más bello del mundo capaz sería de fundir un iceberg sin demasiados problemas cuesta lo suyo. Pero no, no lo haré. No lo haré porque otros usuarios lo han hecho ya con suficiente persistencia y reiterar lo dicho tantas veces sería -a mi juicio- un ejercicio de suprema estupidez. Prefiero, por ejemplo, hacer hincapié en la relación prota-espectador que plantea la peli de Siodmak. Un tema que también se ha comentado por aquí pero que intentaré desplegar desde mi propia perspectiva.

Veréis, cuando yo era pequeñín acostumbraba a anotar en una pequeña libretita el nombre de los actores y actrices que iban apareciendo en mi particular microcosmos cinematográfico. Y aunque llegué a registrar un mogollón de ellos, aún hoy recuerdo a la perfección el nombre de los cinco primeros: Charlton Heston, John Wayne, Gary Cooper, Kirk Douglas y Burt Lancaster. Sin lugar a dudas, mis favoritos por aquellos entonces. Cinco intérpretes que, como héroes de los pies a la cabeza, habían desempeñado determinantes papeles en pelis como “El planeta de los simios”, “Rio Bravo”, “Solo ante el peligro”, “Espartaco” y “El temible burlón”, respectivamente.

El hipotético protagonista de “Forajidos”, sin embargo, muere a los diez minutos. Y ello implica que -aunque éste siga apareciendo en la peli merced a sus repetidos flashbacks- esa primitiva y atávica identificación del espectador con su héroe de celuloide pasa a ser completamente imposible. Al menos desde un punto de vista convencional. Y digo convencional porque, a partir de este momento, nuestra percepción de los acontecimientos correrá a cargo de Reardon, un modesto empleado de una compañía de seguros que hará las veces de investigador. Pero siempre a cierta distancia. Como nosotros. Limitándose a recomponer poco a poco ese enigmático y sombrío puzzle del pasado para averiguar por qué puñetas dos matones se presentaron una noche en Brentwood para liquidar a un hombre con apariencia de no haber roto nunca un plato.

Así pues, huérfanos de esa empatía con los protagonistas a la que el Hollywood clásico nos tiene acostumbrados, será la propia cámara de Siodmak la que -a través de la mirada y las pesquisas de Reardon- reconstruya con premeditado desorden la historia de unos personajes sobre los cuales siempre se alzó la terrible y despiadada espada de Damocles.

Próxima entrega, "Al rojo vivo", de Raoul Walsh.
Taylor
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