Haz click aquí para copiar la URL
España España · Barcelona
Voto de Eduardo:
7
Comedia. Bélico Adaptación de una conocida obra teatral de Bernard Shaw basada en ciertos hechos ocurridos en 1777. Durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos (1775-1783), en la que los colonos de Nueva Inglaterra se sublevaron contra la metrópoli, surgió una estrecha amistad entre un colono americano y un pastor protestante inglés. (FILMAFFINITY)
22 de febrero de 2016
12 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
El discípulo del diablo se estrenó en España en 1960. Cuando salió de la cartelera, nunca más se reestrenó, ni ninguna cadena de televisión la emitió jamás. Simplemente, había desaparecido de la circulación. ¡Y con ese trío protagonista! De repente, la semana pasada la vi en las estanterías de mi camello, y mis manos se precipitaron temblorosas hacia ella. ¡Por fin! Se basa en una obra teatral de George Bernard Shaw, ácido dramaturgo irlandés, ganador del Nobel de literatura y del Oscar por el guión de Pigmalión, hazaña notable y no repetida. El discípulo del diablo transcurre durante la Guerra de la Independencia norteamericana y no ahorra críticas a los británicos. Un ministro anglicano y la oveja negra de una familia local entran en contacto, con la hermosa esposa del primero en liza (maravillosa Janette Scott), y ambos descubrirán que habían seguido caminos equivocados. Rodada con agilidad por Guy Hamilton, futuro director de cuatro cintas de James Bond, que la despoja de su lastre teatral, con una preciosa fotografía en B/N de Jack Hildyard y una inspirada banda sonora del gran Richard Rodney Bennett, la película fascina por su ritmo de ballet y la interacción entre sus principales personajes. Kirk Douglas, como siempre "bigger tan life", nos seduce con su energía y vitalidad arrebatadoras; Burt Lancaster se muestra comedido, como corresponde a su personaje clerical, hasta que se suelta el pelo y nos recuerda que él protagonizó El halcón y la flecha y El temible burlón, por citar sólo dos de sus grandes logros; y Laurence Olivier transmite la flema y el cinismo británicos que tan bien confluían en determinados papeles memorables (La huella, sin ir más lejos). Janette Scott está para comérsela, y Harry Andrews carga con un cometido tirando a ridiculín. En resumen, un agradable descubrimiento, aunque siempre quedará la duda de por qué tardó tantos años en emerger de nuevo a la luz.
Eduardo
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow