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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Thriller. Drama Michèle, exitosa ejecutiva de una empresa de videojuegos, busca venganza tras ser violada por un desconocido en su propia casa.
14 de octubre de 2016
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Paul Verhoeven empieza con un derechazo directo a tu mandíbula.
Más concretamente la mandíbula del burgués acomodado, que se siente seguro en su casa parte de una comunidad protegida, que no contempla la violencia hasta que le explota en la cara. Aquí esa emoción no espera a fraguarse, no está escondida, sino que nos acompaña desde la primera escena.
Con semejante comienzo sería fácil bajar a plomo, pero Verhoeven pronto encuentra el punto justo de cocción: a fuego lento, con saña y meditado disfrute. Tú solo debes acomodarte en el asiento, y observar.

El suceso traumático que acaba de suceder sería suficiente para llamar a cualquiera, a los vecinos, a la policía. Sería excusa perfecta para poner patas arriba todo el entorno social que nos rodea, porque ha sido trastornado hasta lo más profundo. Pero no es suficiente para Michele.
Ella, la ejecutiva de una empresa de videojuegos, simplemente se levanta, medita, se baña y se olvida. Como si hubiera sido cualquier cosa. Como si en su día a día hubiera cosas más importantes que atender.
En el espectador se despierta pronto una sensación de extrañeza y casi repulsión, que sin embargo Isabelle Huppert trata de suavizar comportándose como si estuviera en una comedia: nada mejor que tener un sano sentido del humor irónico para sobrevivir entre idiotas, perversos y sosos de todo pelaje y condición. Es la respuesta perfecta a su entorno, porque ella no tiene ni que sacar las uñas, basta con torearlos a todos y tenerlos bajo control.
Y necesita también tener el control del violento asaltante que entró en su casa.

Pronto llegan las fantasías: habría sido fácil destrozarle la cabeza a golpes, ojalá el gato le hubiera arañado los ojos. No hay ni un atisbo de justicia en ellas, a Michele solo le hubiera gustado responder a la violencia con violencia. De la misma manera que responde a los demás, ojalá hubiera tenido la oportunidad de responderle a él.
Ella no es distinta de los demás, del dominante adúltero Robert con el que se acuesta, de los ciudadanos cabreados que condenan los asesinatos pasados de su padre... pero la diferencia es que ella elige llevar esas vilezas, esos bajos comportamientos, como una medalla en vez de como un secreto.
Por eso se ríe cuando su vieja y recauchutada madre continúa con su vida como si le quedara algo más que ser un viejo fósil, o se burla sin compasión de un hijo mangoneado por una putilla asquerosa. Porque sabe que es estúpido celebrar sus intentos de "llevar una vida normal", cuando la triste realidad es que no han sacado cojones, bajeza, violencia, cuando tocaba. Siempre han agachado la cabeza.

Por primera vez, ella también agachó la cabeza, con su misterioso asaltante. Y no puede esperar a que vuelva, solo para demostrarle que puede responderle. Que ella está igual de podrida que él, y que lejos de temer su encuentro esta vez va a disfrutarlo.
No conviene revelar mucho más, pero son dos personas con la misma actitud: una fuera de todo convencionalismo social, que ni siquiera precisa de engañar a la esposa o esconderse para evitar el juicio de los demás. Michele y su misterioso violador se necesitan porque, en un enfermizo sentido, son dos que no llevan máscaras cuando todos los demás se han acostumbrado a ellas o las llevan con gusto.

Verhoeven retrata un fresco social en apariencia normal, y no para de sacar mierda y suciedad hasta lograr que nos hundamos con ella. Pero incluso tras todo eso, siempre queda una guía de excepción: una gigantesca Isabelle Huppert, demostrándonos que no es necesariamente malo consumirse en vilezas.
Porque todos las tenemos, de un modo u otro. Cómo las satisfacemos, esa es una pregunta que reside en cada uno, y tiene difícil respuesta.

Unos se engañan para no verlas, y pueden hacerlo toda la vida.
Otros las condenan y reprochan, pero hacen la vista gorda cuándo las disfrutan o callan.
Y otros, como Michele, solo se ríen. Una y otra vez. De todos los anteriores.

Lo mismo que hace Verhoeven con nosotros a lo largo de toda esta película.
Charles
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