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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Terror Inspirada en una historia real sucedida en el madrileño barrio de Vallecas en los años 90. Tras hacer una ouija con unas amigas, una adolescente es asediada por aterradoras presencias sobrenaturales que amenazan con hacer daño a toda su familia. (FILMAFFINITY)
6 de septiembre de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sucede algo curioso con 'Verónica'.
En una gran mayoría de películas terroríficas, el terror en sí es un elemento ajeno: rara vez el género se permite algo más que dejar claros los miedos/traumas de sus protagonistas y crear amenazas complementarias para ellos, a las que acaban por enfrentarse.
Es un paso lógico porque el miedo se consigue con un algo opuesto y misterioso, de lo que apenas tenemos información, y la mejor manera de profundizar en ello es asociándolo a lo que ya estaba en primer lugar.

Esta historia, sin embargo, apuesta al más difícil todavía: elige crear terror desde lo cercano y cotidiano, entretejiéndolo de tal manera con lo inexplicable y sobrenatural que, cuando te quieres dar cuenta, estás hasta el cuello en la difícil transición de una niña-mujer, que se convierte en tema central por derecho propio.
Resulta tentador decir que Verónica es como cualquier otra chica de su edad, pero es que no es así a poco que se preste atención: pocas chicas hay obligadas a ejercer de madre, de guía y figura responsable en la edad a la que deberían conocer chicos y pasárselo bien. O mejor dicho, pocas chicas estarían dispuestas a sacrificar amigas y diversiones por el olor de la leche requemada en la mañana o las sábanas mojadas de un hermanito pequeño. La nobleza de Verónica habla por si sola en pocos gestos, pero es que incluso su físico delgado y carente de formas femeninas a la espera de la primera menstruación dice mucho más que todo eso: apenas es una chiquilla que no ha conocido nada mejor, a excepción de canciones que le hablan de escapar al espacio exterior.
Sentir pena por su situación podría estar justificado si no fuera porque es lo que toca, un hogar no se mantiene si una madre no se parte el lomo todas las noches en el bar, una familia no prospera si nadie cuida de los niños y el amargo sabor de la insatisfacción a veces se vuelve tan común que no merece la pena quitárselo de la boca.
(Y se habla de terror con sombras en la oscuridad, pero a poco estómago que tengas sentirás más terror en una adolescencia que no se puede disfrutar)

Afortunadamente, la vida de Verónica no se reduce solo a eso, sino que también quedan espacios de gozosa despreocupación, en los que canta ajena a la leche requemada, sintiéndose feliz como esa vecina que observa al otro lado de la ventana (parece que a mundos de distancia), pasa clases de notas amistosas bajo las narices de la autoridad, o trama oscuras travesuras a espaldas de un colegio que no le ofrece tutores válidos.
Paco Plaza filma esas vivencias plagadas de cómico costumbrismo y naturalidad desarmante, con la intención de que puedan relajar... porque después sucede la tenebrosa llegada del eclipse lunar, un casi épico acontecimiento para el pequeño cosmos que se ha creado, construido en miradas de expectación y excitados preparativos, acallados para Verónica por esa imagen del proyector que evoca un sacrificio de tiempos pasados (... y quizá le pide otro sacrificio de juventud en tiempos futuros).
Marcada se queda.
Aunque los comentarios de sus compañeras y la ouija de cartón puedan querer convencernos de que esto era un juego, y todo lo que es serio, lo que tiene consecuencias, se ha quedado fuera: por si dudamos, una figura materna emerge de las sombras, la Hermana Muerte permanentemente envuelta en nieblas de su propio cigarrillo, como una broma perversa de un destino al que le gusta proveer tutores cuando es demasiado tarde.

A partir de ahí, podría haber sido otra de figuras grimosas en la oscuridad del pasillo y sonidos inquietantes en la habitación de los niños.
Y en cierta manera lo es, y no me hubiera importado.
Pero también es otra cosa: un triste y sentido réquiem por una chica que quiso creerse las palabras de su cantante favorito, de que algún día no estaría perdida, de que escaparía de una madre y unos hermanos que sin saberlo le estaban comiendo la vida, de que crecería y toda frustración atrás se quedaría.
Una chica que soñaba de noche y de día, pero cuyas pesadillas fueron más rápidas, tomando forma corpórea en habitaciones y pasillos mil veces transitados, recordándole lo indefensa que en realidad estaba, sin madre hasta altas horas de la desconocida madrugada.

En determinado momento, un plano simbólico muestra la ouija cerrándose como un telón sobre esa vida perfecta que Verónica contempla: se acabó el teatrillo de esperanzas, de soñar lo que puede ser y abstraerse de lo que es, solo queda la realidad, y es más dura de lo que ella jamás pudo pensar.
Sin darnos cuenta, el terror ha surgido, sin necesidad de espectros malignos o explicaciones de ultratumba, desde un interior podrido a exigencias y expectativas, que se estaba asfixiando entre interminables tareas por hacer y espejismos de ser la amiga/hija/hermana perfecta.
Por eso Verónica ve o cree ver una chica con su misma ropa, sin estar segura de si tiene su misma cara: tal vez esté observando un fantasma de esa vida que se le escapa, donde las canciones solo suenan sin alumbrar horizontes imposibles, y siempre se puede encontrar refugio ante la desgracia que se ceba con una chica como ella.

Esto, que podría ser otro expediente sin resolver de cualquier comisaría, cobra sentido porque detrás se descubre una cara, que pudimos ser (o en cierto sentido somos) cualquiera de nosotros, escuchando bandas juveniles, bajando al bar del barrio y viviendo en edificios de ladrillo rojo que ocultaban muchas vidas por empezar.
Porque lo único más terrorífico que el "no pudo ser" es el "nunca será".
Y 'Verónica' cava en ese hoyo tan hondo y tan valientemente que el escalofrío acompaña, aún mucho después de que esto pareciera "sólo" otro número de expediente más.
Charles
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