Del par de centenares de usuarios que llegaron aquí probablemente la mayoría lo hicieron por azar, habrá algunos que son seguidores del director de la película y pocos, muy pocos (tal vez yo únicamente) paramos en Arizona para contemplar al inmenso Vincent Price, un actor cuya presencia en cualquier largometraje provoca de forma inmediata que aumente su calidad. Efectivamente, una vez más, lo que hace aquí el protagonista es para señalarlo sin complejos y de forma directa: Price es de nuevo el culpable de que una película normalita, tal vez mediocre, sea mejor de lo que hubiera sido sin él.

Un farsante capaz de invertir muchísimo tiempo en conseguir su objetivo, uno más de los que pulularon en el nuevo continente y cuya historia, con buen criterio, Fuller estimó que merecía una película. Tanto tiempo, tantas idas y venidas, tantas elipsis, no son fáciles de asumir. Porque la baronesa es una niña que no tiene ni un par de alpargatas al principio, siendo niña, y acaba convirtiéndose en una dama capaz de amar (por favor, de otra manera no podría ser) al hombre que en realidad la ha usado por su propio beneficio.

Siempre Price salvando los muebles, capaz de ponerse el disfraz de clérigo, de nómada gitano, imponiéndose por la fuerza y por la palabra. Un triste embaucador también. Pero siempre Price, siempre Vincent Price, un monstruo de la pantalla.