Si bien hay que entender que es una película europea de los 80 con muchas más buenas intenciones que presupuesto, no la voy a salvar.
El guion explora el choque de culturas con cierto aire a la saga de novelas “Caballo de Troya” de J. J. Benítez, en lo que se refiere a estudiar una sociedad primitiva infiltrándose en ella utilizando la tecnología, pero sin poder interferir en nada que pueda cambiar su evolución.
Pero el problema es que está tan mal hecha en todos los aspectos, que eso termina pesando demasiado.
Los decorados, vestuario, montaje, e incluso los ridículos peinados de los personajes, echan muchísimo para atrás.
El protagonista se parece a Christopher Lambert en “Mortal kombat”, y no actúa mucho mejor, por desgracia. El resto de interpretaciones son penosas. Por ejemplo, ese secundario al que ahorcan al principio, lo hace tan mal que deberían luego ahorcarlo de verdad detrás de las cámaras. Cualquier función teatral de colegio podría superarlo.
También vemos que las espadas son falsas, porque descaradamente cimbrean en la punta. Por no hablar de las tristísimas coreografías de lucha. Y el colmo es esa nave espacial que parece hecha con piezas de “Lego”. Mención especial se merecen los decorados de cartón piedra, que me recuerdan a esos pésimos capítulos de MacGyver en los que se imitaban las aventuras de Indiana Jones.
Y con tantísima “cutrez” general, ya poco importa el argumento, porque es absolutamente imposible entrar en la historia o empatizar.
Me atrevo a decir que esta lacra no se debe al paso del tiempo. La he visto de nuevo en 2022, vale, pero tengo un vaguísimo recuerdo de cuando la vi por primera vez alquilada en un videoclub cuando salió, y ya por entonces no me gustó ni me pareció buena. No es que haya envejecido mal, es que nació vieja, y mala.