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Voto de Peaky Boy:
8
24 de junio de 2012
9 de 13 usuarios han encontrado esta crítica útil
Salvajemente erótica, incorrecta y suculenta.
Los planos estáticos, como si de cuadros se tratase, se suceden uno tras otro, al igual que los platos de la deliciosa comida que el chef Richard Borst comienza a marchar. El escatológico comienzo nos golpea con fuerza, pero pronto la estética de la película nos hipnotiza, perfección en cada detalle, armonía de formas y colores envuelven esta cinta que se muestra truculenta por momentos, gracias al genial Michael Gambon, que lleva la figura del tirano Albert Spica a un nivel despótico más allá de lo concebible. Él, es el ladrón, y mientras recrea una exaltación de todos y cada uno de los siete pecados capitales, habla; habla mucho y mal, y mientras él habla, los demás le dejan, temerosos de importunar al opresor, conscientes de las consecuencias que ello acarrearía. La mujer y el amante se comunican con miradas, miradas que dan paso a sonrisas, que preceden a gestos y éstos a caricias, a la pasión desatada, lujuria contenida y resentimiento. Entre medio, el cocinero, que se pone de parte de la pareja. Entre los 3 llevan a cabo un peligroso entremés con vistas a convertirse en drama. Mientras tanto el ladrón, continúa hablando; y no cesará en su verborrea lasciva hasta que una joven ose interrumpirlo, ella, y no solo ella, sino también el resto de los citados en el título de la película, pagarán la temeridad cuando sádico pierda definitivamente los papeles.
Michael Nyman acompañará brillantemente con la música a Greenaway, expresando en cada momento de la obra los sentimientos, que emergerán a borbotones gracias a la genial combinación entre la fotografía, dirección y banda sonora, que a su vez, fueron galardonadas con el premio en sus respectivas categorías en el festival de cine de Sitges, junto con el premio al mejor actor otorgado a Gambon.
Excelente ejercicio de Art-Work, una verdadera obra maestra.
Los planos estáticos, como si de cuadros se tratase, se suceden uno tras otro, al igual que los platos de la deliciosa comida que el chef Richard Borst comienza a marchar. El escatológico comienzo nos golpea con fuerza, pero pronto la estética de la película nos hipnotiza, perfección en cada detalle, armonía de formas y colores envuelven esta cinta que se muestra truculenta por momentos, gracias al genial Michael Gambon, que lleva la figura del tirano Albert Spica a un nivel despótico más allá de lo concebible. Él, es el ladrón, y mientras recrea una exaltación de todos y cada uno de los siete pecados capitales, habla; habla mucho y mal, y mientras él habla, los demás le dejan, temerosos de importunar al opresor, conscientes de las consecuencias que ello acarrearía. La mujer y el amante se comunican con miradas, miradas que dan paso a sonrisas, que preceden a gestos y éstos a caricias, a la pasión desatada, lujuria contenida y resentimiento. Entre medio, el cocinero, que se pone de parte de la pareja. Entre los 3 llevan a cabo un peligroso entremés con vistas a convertirse en drama. Mientras tanto el ladrón, continúa hablando; y no cesará en su verborrea lasciva hasta que una joven ose interrumpirlo, ella, y no solo ella, sino también el resto de los citados en el título de la película, pagarán la temeridad cuando sádico pierda definitivamente los papeles.
Michael Nyman acompañará brillantemente con la música a Greenaway, expresando en cada momento de la obra los sentimientos, que emergerán a borbotones gracias a la genial combinación entre la fotografía, dirección y banda sonora, que a su vez, fueron galardonadas con el premio en sus respectivas categorías en el festival de cine de Sitges, junto con el premio al mejor actor otorgado a Gambon.
Excelente ejercicio de Art-Work, una verdadera obra maestra.