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Voto de Argoderse:
6
Terror Una madre le regala a su hijo un muñeco por su cumpleaños, sin ser consciente de la naturaleza maligna que esconde en su interior. (FILMAFFINITY)
27 de junio de 2019
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Era el año 1989 cuando Chucky aparecía por primera vez en pantalla. Es desconcertante que el Muñeco diabólico y tú os llevéis solo un año de diferencia y he de confesar que, pese al atractivo del argumento primigenio -con vudú y posesiones demoníacas de por medio- nunca me llamó la atención este personaje ni sus posteriores secuelas que, creo, han perdido bastante el norte.

Hasta llegar a treinta años después. Tres décadas en que la tecnología se ha adueñado de nuestras vidas. Hasta de la del 'pobre' Chucky. Y en plena época de remakes el Muñeco diabólico vuelve a hacer de las suyas en la gran pantalla. Mismo punto de partida que en 1989. Eso sí, los orígenes de Chucky totalmente distintos. Para eso, repito, somos esclavos tecnológicos y la fantasía y el misticismos del vudú o las posesiones ya no tienen cabida en el siglo XXI -para desgracia de quienes, además de la ciencia, creemos en el alma-.

En fin, que Chucky ahora es más ese Krusty el payaso que te regalaban con el yogulado -si amáis a Los Simpson por encima de todas las cosas, lo entenderéis-. Sigue con el sempiterno cuchillo en su mano y matando a aquel que pone en riesgo su amistad con Andy. Ese chaval que camina entre la infancia y la adolescencia -la edad del pavo, vamos- al que su madre soltera le regala el susodicho muñeco para superar la crisis existencial.

El argumento no da más de sí pero he de reconocer que tiene chispazos de comedia ácida y mordaz bastante buenos. De hecho este es su punto fuerte. Unos diálogos frescos y directos, a los que sin embargo no llega el reparto. Muy plano y que desde luego no pasará a la historia por esta película.

En cambio Chucky, el Muñeco diabólico, sí parece haberse adaptado a los nuevos tiempos. Una época, por cierto, que acojona bastante, pues como decía hemos entregado todo, absolutamente todo, a la tecnología. Y lo que es peor, a las corporaciones que manejan y diseñan esa tecnología por encima de las personas y sentimientos.

A fin de tener una vida fácil y sencilla, sin riesgos y muchas comodidades, hemos regalado nuestra libertad, o la hemos disfrazado, con tal de estar conectados. Resulta paradójico que en la época de mayor comunicación estamos más aislados. Y que solo el cuchillo de Chucky te recuerda que el dolor existe y a la mínima la palmas. Que hay vida más allá de móviles, muñecos, consolas y ordenadores -tiene guasa escribir esto en una de esas máquinas-.

La revolución de las máquinas de Asimov y Terminator ha llegado. Se ha colado -y la hemos dejado- por completo en nuestro día a día. Chucky, el Muñeco diabólico, te lo evoca por si no te habías dado cuenta. Y ahí reside el auténtico terror de la película. En hacer una lectura actual sobre la soledad, la falta de libertad y empatía, humanidad y arrinconamiento de las personas por estar enchufadas. ¿Quién conoce realmente a sus vecinos? Nadie. Y todo eso, ya digo, con un puñado de frases ingeniosas y chistes que te hacen reír.

Por eso el filme de Lars Klevberg aprueba, bajo mi punto de vista. Obviamente es espectáculo en pantalla, no un tratado de filosofía pese a que a mi me haya despertado esta reflexión. Y como entretenimiento, Muñeco diabólico vale. Tiene chispa. Un blockbuster de verano que se puede ver tranquilamente. Eso sí, y aun siendo defensor del doblaje, esta vez mejor en versión original.

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Argoderse
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