El cine francés más reciente nos empieza a acostumbrar con este tipo de “melodrama” familiar, cuyos personajes van topándose unos con otros de una forma más estereotipada y redundante que de la entereza e integridad que parece forjarse en un primer momento.

En el caso del film de Rémi Bezançon, nos encontramos ante un entorno familiar confusamente deteriorado, que bien lejos de lo que presume asemejarse, sí consigue reflejar cierta habilidad a la hora de transmitir las emociones y conmociones de cada uno de sus miembros. Ello se produce gracias a una original propuesta (algo diferente a la de sus homólogos films franceses), formulada en capítulos, que permiten secuenciar los acontecimientos de cada personaje, lo que otorga una mayor consistencia a una historia un tanto convencional. Además de regalarnos una serie de detalles “metafóricos” (que tuvieron en “Amélie” su punto de partida), muy de moda entre la “cultura popular ilustrada”, que le alejan profundamente del gran relato familiar contemporáneo, que sigue siendo “La mejor juventud”.

De esta forma, lo que se acaba percibiendo sobre el resto es una evolución a contracorriente de una familia perfecta con múltiples imperfecciones, cuyo principal punto fuerte es acercarnos a sus no tan recónditas amarguras, para alejarnos de la ilusoria vida que nos presentan.