Sólo por la original idea de montar una película con las obras de teatro que se hacen en la cárcel ya vale la pena, un método de expresión que supone, en este caso más que nunca, una válvula de escape entre la alta seguridad, el taller es empeño y pasión, y el proyecto supone que presos tengan un registro de actores además haciendo de actores, por lo que consigue que haya un buen clima en tal ambiente y una diversión en tales condiciones.

Traficantes, homicidas y miembros del crimen organizado se reúnen en un escenario improvisado y homenajean un hecho que ocurre a lo largo del mundo, para el espectador es una experiencia singular dentro del cine, más si la obra representada es toda una superproducción en circunstancias normales, un contraste para olvidar y abandonar la soledad y la desdicha, un compromiso de beneficiosos resultados para sobrevivir a la condena, la conspiración de Roma para acabar con Julio César invade las almas y obsesiona a los personajes, la carnicería de justicia tiene algún momento que simboliza sus propias vidas.

El blanco y negro traslada al otro lado de los muros y tiene algún momento claustrofóbico, pero no se puede decir que el espíritu atrape realmente, las noches eternas, alguna disputa y los obstáculos no se fusionan como esperaba con la obra de Shakespeare, las pretensiones quedan finalmente en un homenaje donde la libertad no entra a formar parte de la obra y donde las similitudes escasean, se puede decir que "César debe morir" es un éxito en su propuesta original pero que no encuentra la libertad desde dentro.