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Voto de Antonio Morales:
9
Drama Dinamarca, 1623. En plena caza de brujas, Absalom, un viejo sacerdote, promete a una mujer condenada a muerte que salvará a su hija Anne de la hoguera si la joven accede a casarse con él. Según la ley, las descendientes de las brujas también deben arder en una pira. Meret, la anciana madre de Absalom, desaprueba desde el principio el matrimonio. Cuando Martin, el hijo de Absalom, regresa a casa para conocer a su madrastra, se enamorará ... [+]
17 de noviembre de 2014
5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hablar de Dreyer es hablar de cine con mayúsculas. El cineasta danés nos dejó un ramillete de obras maestras que con el tiempo no hacen sino crecer en valor, integridad y riqueza cinematográficas. Entre ellas se inscribe “Dies irae”, una de las cotas más altas alcanzadas por el cine europeo en los años 40. Rodada durante la ocupación nazi de su país, resulta extraño que las autoridades germanas no pusieran obstáculos a esta gran obra contra la intolerancia y el fanatismo, en este caso, religioso. Un film de pasión contenida y reflexión constante, donde Dreyer nos obsequia con unas imágenes que parecen lienzos, con una luz asombrosa que nadie ha podido igualar. Su luz pictórica tiene reminiscencias de Vermeer, Rembrandt y Brueghel, es la luz inimitable de Dreyer.

Su cine, generalmente, era de una extremada sobriedad y en esta película da buena prueba de ello, sus paredes limpias, sus blancos y negros en decorados casi desnudos son de una gran belleza formal. Diesi rae” es también una lección de cine en la que todo, absolutamente todo, guarda una estrecha y sistemática relación por medio de su puesta en escena: donde los movimientos de cámara, solemnes y estudiados, siempre son fundamentados en la progresión interna del relato. Basada en una obra teatral, la película se estructura en torno a dos acusaciones de brujería en 1623: la que recae sobre una anciana que es torturada y la de la joven esposa de un maduro pastor, hija a su vez de una mujer de la que se sospecha que era bruja, que mantendrá relaciones amorosas con el hijastro del pastor.

Dreyer denuncia el fanatismo religioso, una vez más, como ocurría en “La pasión de Juana de Arco”, las prácticas inquisitoriales no se realizan de manera maniquea singularizando a los inquisidores. Por el contrario éstos en grupo – como en el interrogatorio a la anciana – los asistentes parecen formar parte de una composición pictórica. Individualmente, el pastor cree más importante salvar el alma de la anciana que su vida. Acúan con la convicción de quienes han interiorizado una concepción represiva de la sociedad y una moral basada en la negación del cuerpo. Dreyer centra sus obsesiones, referidas siempre a la contraposición entre dos formas de entender el cristianismo: el amor sagrado y el amor carnal. Nos muestra crudamente la intransigencia que el amor corporal despierta en una congregación de inquisidores que, so pretexto de brujería, imponen al amor el sacrificio de la hoguera.
Antonio Morales
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