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Voto de Antonio Morales:
7
Drama Imperio Nuevo. Egipto se encuentra en una difícil coyuntura. Por una parte, los asirios amenazan con invadir el país y, por otra, el empobrecimiento del pueblo es cada vez mayor. Una vez proclamado faraón, el joven Ramsés XIII (que nunca existió) decide poner remedio a esta situación sirviéndose de las riquezas de la casta sacerdotal, que concentra en sus manos el poder económico, religioso y, de hecho, también el político. (FILMAFFINITY) [+]
22 de junio de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Faraón” es una de las obras cumbre del cine polaco que en aquel año 1966, atravesaba su momento de máximo esplendor, asentado sobre la firmeza del apoyo gubernamental, el propio director, Jerzy Kawalerowicz dedicó cuatro de su vida para hacer realidad esta ambiciosa producción histórica. El proyecto tenía como base una novela de Boleslaw Prus, adquiriendo un sesgo intemporal, en la medida que refleja el eterno conflicto entre el poder civil y el poder religioso, entre el idealismo renovador y la tradición, dentro de esa lucha fratricida se inscribe esta convincente recreación fílmica del Antiguo Egipto.

Una película de tensiones introspectivas que, por el contrario, explica con claridad meridiana la situación en la que estos conflictos se dirimen. El argumento presenta a un Egipto que se encuentra en una difícil coyuntura debido a la presión exterior de los asirios y la pobreza de la mayoría del pueblo. El joven faraón Ramsés XIII decide aliviar la situación valiéndose de las riquezas del tesoro del templo, hasta ahora controlado por el clero. El enfrentamiento con el poder sacerdotal se hace inevitable en el empeño de cambiar las cosas. Ni que decir tiene, que el film se posiciona a favor del faraón, pero el retrato de los personajes es muy matizado, el trabajo interpretativo es notable, huyendo del maniqueísmo fácil.

Película poseída toda por el color terroso del polvo del desierto, renunciando al fasto visual para introducirse en la mente y el cuerpo de los personajes. La puesta en escena es impecable, la ambientación apabullante pero alejada del “colosalísmo” americano, a pesar de su épica siempre mantiene un tono intimista e introspectivo. Las batallas están muy bien rodadas, a menudo con la cámara infiltrándose entre los contendientes con abundantes primeros planos para sentir una tensión diferente en el furor de la batalla. Pese a la presencia de anacronismos e inexactitudes (el dracma y el talento, por ejemplo, fueron monedas griegas, jamás egipcias), estamos ante la que seguramente es la más convincente recreación del Antiguo Egipto, estéticamente inspirada en los murales y relieves legados por aquella cultura milenaria y situada en las antípodas de las producciones históricas hollywoodienses.
Antonio Morales
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